«Porque por fe andamos, no por vista».
— 2 Corintios 5:7 (RVR1995)
Alguna vez pensé en lo maravilloso que sería enfermar para así poder pasar todo un día acostada y leyendo. Lo pensé, obviamente, mientras rebosaba de salud. Días después, caí enferma. Entonces quise estar sana, porque cuando los virus atacan, uno reposa, pero no disfruta leer un libro pues te sientes, simple y llanamente, mal.
Este cuerpo nos limita. La enfermedad lo postra. El cansancio lo aletarga. Y no podemos olvidar las tentaciones: un poco más de sueño, unas caricias más profundas, unos bocados más, y caemos en la pereza, la lujuria, la gula o el adulterio.
La Biblia compara al cuerpo con una tienda de campaña. Algunos, por voluntad divina, pasan gran parte del peregrinaje con un cuerpo maltrecho. Otros solo probamos las aguas amargas de la enfermedad a intervalos. Sin embargo, como conocemos al cuerpo tan de cerca, pensamos que dicta cómo andar por el camino de la vida.
¿Te has fijado cómo caminamos? La mente le dicta a los pies que se muevan, pero los ojos permiten que la luz penetre la conciencia e indique que el pie caerá sobre un terreno plano, rocoso, más alto o más bajo, y de ese modo la pierna se estira o forma el ángulo necesario para no tropezar.
En cierta ocasión participé en una especie de juego en el que debíamos entrar a un túnel oscuro que simulaba la situación que vive una persona ciega. No se veía nada. Solo podíamos valernos del tacto, así que lo que al principio pareció divertido se fue tornando en una pesadilla. Mi cuerpo, acostumbrado a la luz que los ojos proveen, se negaba a avanzar.
El apóstol Pablo nos dice en Corintios que andamos por fe, no por vista. Andamos a ciegas. ¿A qué se refiere?
Para mí la vida de la fe simula el túnel para ciegos en el que participé. Al no poder ver con claridad lo que sigue, titubeo, cuestiono y dudo. ¿Por qué será que no podemos ver el futuro tal como miramos la carretera al conducir? Quizá porque no aprenderíamos a confiar.
Cuando camino por la calle, no pido consejo ni ayuda. No le ruego a Dios que permita que el siguiente paso sea certero, ni que evite que caiga en un hoyo. ¿Por qué? ¡Porque veo! ¡Me valgo por mí misma! Sin embargo, cuando estoy “ciega”, de mis labios solo surgen ruegos y peticiones.
De eso se trata la fe: de depender de Dios, confiar en Dios, andar con Dios.
Aún así, los ciegos se enseñan a caminar. Aprenden a utilizar un bastón o un perro guía, y transitan con una confianza inusitada. Supongo que Dios, sabiendo que aún los ciegos adquieren experiencia, nos advierte en contra de una confianza excesiva.
Hablando en contra de los fariseos, los religiosos de la época, advierte que algunos ciegos se convierten en guías de ciegos.
Son los que creen dominar la vida cristiana y proponen tres o cuatro secretos para el éxito espiritual; aquellos que dicen entender la mente de Dios y cuáles son sus planes secretos para mí; aquellos que fingen poseer el poder de Dios para repartir dones y talentos; aquellos que combinan las filosofías del andar corporal con el espiritual y ofrecen una mezcla mentirosa de la vida cristiana.
Pero, si andamos por fe, no por vista, palpamos, olemos, gustamos, oímos. Nos movemos poco a poco, con una oración constante en los labios; temerosos del cuerpo, desconfiados de los sentidos; andando por fe, no por vista.
Las enfermedades del cuerpo se repiten en el alma: miopías severas que distorsionan la verdad; ceguera total que fingimos controlar; astigmatismo crónico que exagera nuestros males.
Por eso, agradezco a Dios por este cuerpo débil y enfermizo que me tumba en la cama de vez en cuando y me obliga a mirar hacia el techo, pues no me queda otra opción. Allí en la cama converso con Él. Vuelvo a extender los brazos para tentar las paredes, después de una dura caída. Examino los motivos que me han conducido a errar el camino, una vez más.
Cuando no alcanzo ver más allá de lo que mis manos tientan dependo de Él, lo necesito a Él, me aferro a Él. Pues a diferencia de aquellos guías de ciegos que engañan y desvían, Él ve con claridad el panorama completo. Él es luz, y en Él no habitan las tinieblas. Él me guiará más allá de la muerte pues es el camino y la vida.
De ese modo, cada día, cada enfermedad, cada prueba, aprendo a caminar un poco más por fe y no por vista.
— Devocional escrito por Keila Ochoa Harris, autora de más de veinte libros. Aquí puedes leer más sobre ella y sus últimas publicaciones.