María es una persona normal. Tenía amigos, disfrutaba con su familia, trabajaba, amaba, y por encima de todas las cosas le gustaba vivir. El contraste con su hermana Marta es absoluto, no tanto porque ella quisiera, sino porque cuanto más quería trabajar una, más daba la impresión de que quería disfrutar la otra.
¡Cuando conoció al Señor su mundo se iluminó por completo! Era una persona sencilla, pero el Salvador la entusiasmó. No podía dejar de escucharle, no podía dejar de admirarle. No podía dejar de amarle. Su mundo giraba en torno al Mesías, porque encontró justo lo que necesitaba: aprendió a disfrutar en la presencia de su Creador.
Cuando su hermano Lázaro muere, se hizo las mismas preguntas que Marta ¡No comprendía nada! ¿Cómo es que Jesús no llegó a tiempo para ayudarnos? Pero ¡qué curioso! Tiene las mismas dudas, pero su actitud es muy diferente. María había aprendido a confiar en Jesús, así que en lugar de ir a buscarle, le espera. Sabe que tarde o temprano va a venir. En lugar de reprocharle nada, le dice ¡exactamente! Las mismas palabras que su hermana “Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”, pero hace llorar al Señor porque sus lágrimas reflejan que confiaba en Él de una manera sincera.
Cuando Dios nos ve llorar por lo que no entendemos, se conmueve y nos abraza. Jesús se emocionó al ver a María y a los que le acompañaban y lloró con ellos. El dolor de la familia pasó a ser el mismo dolor de Dios a pesar de que el Señor iba a resucitarlo. ¡Cuantas veces tenemos que recordar que es nuestro amor el que conmueve a Dios y no tanto nuestro trabajo! Cuando amamos, lloramos porque necesitamos a la persona amada; cuando nuestro mundo gira alrededor del trabajo, nuestro dolor se convierte siempre en un reproche.
María amaba tanto al Señor que un día se le ocurrió derramar el perfume más costoso que tenía a los pies de Jesús para mostrarle su gratitud. Se humilló delante de todos, abrazó sus pies y derramó todas sus lágrimas delante de quién lo merecía todo. Gastó su dinero, su tiempo, sus fuerzas ¡lo gastó todo! para agradecer lo que Jesús había hecho por ella, porque no sabía vivir de otra manera. La historia nos dice que todos venían a ver a María porque les hablaba de Jesús, y creían en Él por las palabras de ella (cf. Juan 11:45) ¡Nada convence tanto como un corazón lleno de amor!
Nuestro trabajo para el Señor y para los demás es bueno. No debemos dejar de ayudar a todos, en todo lo posible… pero jamás debemos olvidar que lo que realmente transforma las vidas es el Amor con mayúsculas.
La belleza de los cristianos jamás se refleja en el éxito de los objetivos alcanzados, sino al derramar toda nuestra vida a los pies de Jesús.
Devocional de Jaime Fernández, escritor de libros como Cara a Cara y colaborador en los nuevos Evangelios de Juan que estamos ofreciendo como material de evangelismo.