«¿Es a caso tiempo para que vosotros habitéis en vuestras casas artesonadas mientras mi casa está hecha una ruina?»Hageo 1:4)
Cuando era adolescente había algo que me apasionaba cada vez que íbamos de convivencias con la escuela y era buscar casas abandonadas. Me llamaba mucho la atención para ver qué podías encontrar y también, por qué no decirlo, para hacer aquellas trastadas que no podías hacer nunca en un hogar habitado, como romper cristales, lanzar piedras a las ventanas y acciones de este tipo.
Habitualmente en una casa en ruinas existe una estructura más o menos sostenida, sin embargo, su principal característica es que es un lugar inhabitable. Las vigas no soportan una estructura segura, la madera está carcomida, los clavos están oxidados, el suelo está reventado por arbustos y raíces que han terminado por levantarlo. Y además existe otro factor a tener en cuenta, habitualmente las casas que llevan mucho tiempo abandonadas son ocupadas por gente extraña que no tiene ningún reparo en dejar bolsas con restos de comida, botellas de cristal vacías y acumulan suciedad sin importarles lo más mínimo. Es precisamente esa suciedad la que aumentará la probabilidad de que pronto los roedores aparezcan por todas partes. Pero todo esto forma parte de un proceso de dejadez que dura un tiempo, no es de un día para otro, es poco a poco que ese lugar acogedor se convierte en un lugar inhabitable.
Dios pregunta a su pueblo a través del profeta Hageo ¿es justo que vosotros habitéis en vuestras casas perfectamente arregladas mientras mi casa está en ruinas? En ese momento había sucedido algo tremendo. Dios había cumplido su promesa de liberarlos del cautiverio en Babilonia y había traído ya el primer grupo de vuelta a Jerusalén. Pero una vez puestos los cimientos del templo cada uno comenzó a invertir más en su propia vuelta a sus casas que en la de aquél que les había liberado.
Eso puede suceder también en nuestra vida cristiana. Invertimos muchos esfuerzos y mucho tiempo en cosas de este mundo que no tienen ningún tipo de beneficio en la eternidad y olvidamos que Dios nos liberó para que construyéramos una casa para él en cada uno nuestros corazones que es donde él vive.
Oremos para que nuestra mirada esté puesta en las cosas eternas y no en aquellas que desaparecen.
Daniel Pujol es autor de “La fuga: ¿Por qué los jóvenes se van de la Iglesia?”
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