«Este mandato que te entrego hoy no es demasiado difícil para ti ni está fuera de tu alcance. No está guardado en los cielos, tan distante para que tengas que preguntar: “¿Quién subirá al cielo y lo bajará para que podamos oírlo y obedecer?”. Tampoco está guardado más allá del mar, tan lejos para que tengas que preguntar: “¿Quién cruzará el mar y lo traerá para que podamos oírlo y obedecer?”. Por el contrario, el mensaje está muy al alcance de la mano; está en tus labios y en tu corazón para que puedas obedecerlo.» Deuteronomio 30:11-14
Nuestro Dios, al contrario que otros dioses, no necesita de intermediarios humanos ni sofisticados. Sus mandatos se nos han entregado de forma directa y personal, a cada uno; no se los ha guardado en el cielo, porque nadie puede llegar allí por su propia voluntad, y no vienen de tierras ni culturas lejanas, escondidos en lugares donde solo pocos tienen acceso, donde puede que no se encuentren.
El mandato de Dios, su orden y su justicia, es algo universal. Desde el principio de la Biblia Dios establece que todo lo que necesitamos para volver a ponernos en contacto con él está a nuestro alcance, tan cerca que forma parte de nosotros mismos: en nuestros labios y en nuestro corazón.
Del mismo modo, él se reveló a sí mismo en Jesús, de forma directa y personal. Nuestro problema de incomunicación y pecado era algo entre él y nosotros, y así se resolvería: algo que pudiéramos entender y abarcar con nuestra mente humana, y no hay nada más humano que un ser humano, como fue Jesús. Nada más a nuestro nivel.
Y al igual que el Padre, el Hijo sabía comunicarse en esos mismos términos cercanos, y puso el mandato, de nuevo, al alcance de nuestros labios y nuestro corazón.
Desde siempre, prácticamente desde que llegó, ha habido muchos movimientos y sectas que han intentado convertir a Jesús y su revelación en algo misterioso y escondido solo para unos cuantos iniciados (el gnosticismo del siglo I iba de eso, básicamente); sin embargo, la verdad de Dios se resiste a ser mangoneada por externos: solo nosotros podemos administrarla, porque a nosotros se nos ha entregado, de forma personal, al creer en Jesús.
Seamos buenos administradores de ese privilegio único en la historia de la humanidad. A ningún otro dios, de ninguna otra época, se le hubiera ocurrido decir algo así.
Autora: Noa Alarcón
Noa escribe la sección “Preferiría no hacerlo” y el blog “Amor y Contexto” en Protestante Digital.