«Pero id, decid a sus discípulos, y a Pedro, que él va delante de vosotros a Galilea.» Marcos 16:7a
El apóstol Pedro es un símbolo del hombre inconstante. Como el péndulo de un reloj, oscilaba entre las alturas de la fe y las profundidades de la cobardía. Siempre explosivo, hablaba sin pensar y actuaba sin reflexionar. Era capaz de las afirmaciones más sublimes acerca de Jesús para después capitular a las debilidades más vergonzosas. En un momento expresaba una fe robusta y en otro zozobraba delante de la incredulidad. Pedro llegó al punto de negar su nombre, sus convicciones, su fe y a su Señor.
Él descendió las escalas de la caída al juzgarse mejor que sus condiscípulos, al seguir a Jesús de lejos, al meterse en medio de aquellos que se burlaban del Hijo de Dios y al negar repentinamente y hasta con improperios que no lo conocía. Pedro llegó al punto de desistir de todo. Renunció a ser discípulo. La única cosa que sabía hacer era llorar amargamente e inundar su lecho con gruesas lágrimas.
Aunque Pedro haya desistido de sí mismo, Jesús no desistió de Pedro. Jesús no desistió al derecho de tener a Pedro a su lado. Por eso, le mandó un recado personal (cf. Marcos 16:7). Jesús no desiste nunca de los suyos.
Él es el Pastor que busca a la oveja perdida. Él va al encuentro de aquellos que cayeron, para, por su amor, restaurarlos.
Devocional del libro “Gotas de Consuelo para el Alma” escrito por Hernandes Dias Lopes. Publicado con permiso de Clie.es