El sábado, 1 de junio, el Real Madrid ganó su decimoquinta Copa de Europa. Quizá no te guste el fútbol, puede que incluso seas del equipo rival o desearas que perdiese; sin embargo, quería traerte una reflexión.
La emoción se notaba en el ambiente, las banderas, camisetas, escudos, bufandas… Todo estaba lleno de símbolos que identificaban a los más forofos. Preparación de pantallas, quedadas, cenas, para poder ver con amigos/familia esta final tan esperada.
La emoción a flor de piel, el primer tiempo 0-0. Se acercaban los últimos 20 minutos de partido y en el minuto 74 Carvajal marcó un gol, poco después Vinícius el siguiente, proclamándose campeones de la Copa de Europa. Silbidos, gritos, fiesta y celebración. Son momentos que para algunas personas son históricos.
La verdad, es que yo no me identifico mucho con este sentimiento, pero me hacía pensar, ¿Qué celebro yo con tanta emoción? ¿Cuáles son los momentos históricos de mi vida? ¿Comparto con ilusión las victorias con los demás?
También pensaba: aquellos que «han ganado este partido» querrán que lo celebremos, pero no lo han ganado para nosotros (básicamente, porque quizá no saben que existimos).
Pero pensaba en mi vida como un partido de fútbol. No sé en qué minuto estás, no sé si estás de celebración por batallas ganadas o bajón por algunas perdidas. Quizá te encuentres pensando que ya no hay solución a la situación, que los días son breves, pero ¿y si se ganara el partido de tu vida en el último momento?
Esta mañana reflexionaba en mi vida en medio de la quietud tras las celebraciones que se podían oír ayer hasta altas horas de la noche. Vino a mi mente, después de leer la Palabra de Dios, que el partido de mi vida ya está ganado, que el gol definitivo en la final lo marcó el mejor por mí. Me sentía privilegiada de tener perdón de mis pecados, salvación, vida eterna, sentido en la dificultad…
Hoy pensaba en Jesús, el mejor fichaje de la historia, pero también el más humilde.
Su precio era impagable, pero se entregó para ganar por ti, dándote así el valor más alto que jamás nadie te ha dado ni lo hará.
En su vida, no dejó de enseñarnos, de mostrarnos la vida, de recordarnos y demostrarnos su amor.
En los últimos momentos del partido, la batalla fue dura, pareciera que la muerte y el mal habían ganado y la oscuridad se apoderaba de la luz.
Cuando el tiempo llegaba a su fin, lo que parecía imposible ocurrió: la vida venció a la muerte, la luz a la oscuridad y resucitó, evidencia de su victoria.
Lo precioso de ello es que venció para nosotros, es que vive y te ama. Es que da igual en que minuto del partido estés, cuán cansado te encuentres, Él venció por ti, pero además está a tu lado. ¿No es algo digno de celebrar? ¿No montarías fiesta por saberte salvo, libre, perdonado…?
¿Y si dejas el partido de tu vida en manos de quién quiere ganarlo por ti?
¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado es la ley. ¡Pero gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo! (1 Corintios 15:55-57)
¿Te gustaría conocer al mejor fichaje de la historia?
No esperes, Él te ama, te conoce y quiere ganar por ti.
— Devocional escrito por Elisabet Montes Casquero. Seguidora de Jesús. La quinta de una familia preciosa y numerosa. Enfermera de corazón. Le encanta cuidar de las personas y también compartir con ellas a través de la escritura. Puedes leer más artículos suyos en su blog.