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Invertir en lo que nunca termina | D.Pujol

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«Porque el hombre tampoco conoce su tiempo: como peces atrapados en la red traicionera,y como aves apresadas en la trampa, así son atrapados los hijos de los hombres en el tiempo malo cuando éste cae de repente sobre ellos». Eclesiastés 9:12

Durante tres años estuve trabajando como comercial en varias tiendas de una misma franquicia. Allí conocí a buenos compañeros pero recuerdo especialmente al más veterano, Carlos, «qué me vas a contar… ya son muchos años» -decía él- a clientes que se veían sorprendidos por su destreza en la atención. Era una persona con facilidad de palabra, grandes habilidades y experiencia, sin embargo, uno de sus puntos flacos a mi modo de ver era lo mucho que le costaba escuchar a los demás. Antes de que hubiera terminado la frase ya estaba explicándome su opinión sobre ese u otro asunto. En un principio, cuando me interrumpía yo callaba y dejaba que hablara, pero al tomar yo confianza, opté por hablar aún más fuerte, aunque en ocasiones eso se convirtiera en un gallinero.

Durante dos años hubo rumores de que las cuentas de la empresa no iban del todo bien, eso era el pan de cada día en las conversaciones entre el grupo, y en un contexto de crisis aún se acentuaba más. Pero hablar de lo mal que estaban las cosas no era ninguna novedad ya que la empresa había ido reduciendo su equipo comercial desde hacía ya unos cuantos años. Los chistes, los memes y las bromas acerca de ello eran constantes y nunca terminábamos de dar a esa situación toda la seriedad que merecía. Hasta que llegó el día.

El gerente informó a los comerciales que a finales de mes iba a cerrar sus puntos de venta. Algunos encontramos un trabajo tan solo unos días antes del anuncio pero aquellos que más tiempo llevaban no tuvieron esa suerte.

Era la tarde de un 31 de marzo cuando Carlos cerró la puerta de la tienda por última vez. Apagó el aire acondicionado y los focos de las vitrinas, salió a la calle y bajó las persianas del local. Era el último día, de sus 13 años invertidos allá.

Visiblemente emocionado se despidió del lugar. Toda broma, toda risa terminó.

Hablando con él más tarde, me dijo que no pudo evitar que eso le afectara y, ciertamente no es lo mismo que te echen de una empresa y esa continúe a que te despidan y cierre. En el primer caso tú sensación es que has podido aportar durante un tiempo a una organización, ente o empresa. En el segundo caso tu sensación es que has invertido muchísimo tiempo y esfuerzo en algo que ya ni siquiera existe.

En esta vida podemos aprender que todo cambia cuando el tiempo malo cae sobre nosotros de forma inesperada. Podemos hablar y hablar pero vivirlo es diferente. Creo que sólo habrá paz para nosotros cuando invirtamos nuestra pasión y esfuerzo en aquello que nunca termina. Si lo comenzaste a hacer, nunca más te detengas.

Motivo de oración: Que Dios conceda a la gente la capacidad de comprender la fugacidad de todo lo que hacemos en este mundo para aspirar a algo mucho mayor, aspirar a lo eterno.

Daniel Pujol es autor de “La fuga: ¿Por qué los jóvenes se van de la Iglesia?” y recomienda la lectura del libro ¿Para qué sirve Dios?, de Philip Yancey.

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