De niña, en la iglesia, me sentía genuinamente confundida cuando alguien decía: «prepara tu corazón para entrar a la presencia del Señor». Yo no sabía cómo se hacía eso, pero sí sabía que también me habían dicho que tuviera cuidado de cómo me comportaba en la semana porque Dios estaba en todos lados y lo veía todo.
Y ahí residía mi confusión: si Dios está en todos lados, ¿cómo es que ahora hay que entrar en Su presencia? Si yo no puedo controlar que Él vea todo lo que hago, ¿cómo es que tengo que hacer un acto consciente para estar donde Él está?
Rodeamos de misticismo el tema de la presencia de Dios, usamos un vocabulario que nos confunde y que nos hace creer que disfrutar de la compañía del Señor es algo difícil de alcanzar.
Un poco de historia
A través de la Biblia vemos que el anhelo de Dios fue y es estar con nosotros.
Él se paseaba por el jardín del Edén para tener comunión con Adán y Eva. Conversó continuamente con Abraham, Isaac y Jacob, aunque ellos no siempre se comportaron de la mejor manera; y a José le dio sueños para —finalmente— apartar a Su pueblo y convertirlo en una gran nación a la cual liberó de la esclavitud de Egipto para llevarlos a la tierra prometida.
En el trayecto se hizo presente en una nube y en una columna de fuego, les dio indicaciones para construir un tabernáculo que Él habitara. Y a pesar de que el pueblo falló muchas veces y despreció la compañía que Dios les ofrecía, Él siempre encontró la manera de restablecer Su presencia en medio de ellos.
Salomón construyó un templo majestuoso en el que se presentaron sacrificios y ofrenda. Los profetas previnieron al pueblo acerca de las conductas que los separaban de su Creador, hasta que un día, esas advertencias se hicieron realidad y el pueblo fue llevado cautivo, pero ahí en el destierro, Dios se hizo presente, prometiéndoles la restauración de su relación con Él.
Jesús hizo la diferencia
Después de un largo silencio, Jesús llegó a este mundo, Dios hecho un hombre que se empolvó los pies en los caminos, que nos miró a los ojos y que nos habló la verdad.
En el jardín del Edén despreciamos la presencia de Dios, pero Él envió a Su Hijo para que fuera «Dios con nosotros». El templo ofrecía expiación y comunión momentáneas, pero en Jesús tenemos salvación eterna e intimidad continua con el Padre: lo que Él siempre anheló.
Jesús murió en la cruz para salvarnos de la muerte y limpiarnos del pecado. Al resucitar, Él nos vistió de Su santidad y de Su justicia; y al ascender, se aseguró de que no nos quedáramos solos, sino que Su Espíritu Santo estuviera siempre con nosotros, la presencia misma de Dios guiándonos, protegiéndonos, enseñándonos y edificándonos.
El Padre siempre quiso que disfrutáramos de Su presencia, el Hijo lo hizo posible en la cruz y el Espíritu Santo lo lleva a cabo todos los días, lo sintamos o no. No hay ningún requisito de calma, perfección o silencio para experimentar Su presencia; en medio del caos y del desorden de la vida cotidiana, ahí está Dios.
Permaneciendo en la presencia de Dios
Sólo tenemos que aceptar la invitación de Su compañía, pasar tiempo con Jesús y así aprender a movernos al ritmo de Su amor y experimentar una nueva manera de ver y de ser.
Permanezcamos en Jesús a través de la lectura de la Biblia, la oración y la comunión con nuestros hermanos, disfrutando de la intimidad y de la vida abundante que Dios nos brinda. Y que aun en medio de las urgencias del día a día, estemos seguros de que Su presencia va con nosotros y nos da paz.
— Devocional de Karen Durán. A Karen le gusta disfrutar la sencillez de los detalles monótonos y ordinarios de cada día. Junto con su esposo, su hijo y su hija, pasa los días dedicada a las labores del hogar, sacando postres del horno, leyendo vorazmente, traduciendo o corrigiendo textos y escribiendo cada vez que encuentra el tiempo para hacerlo.