Y tomándolo en sus manos, se fue comiéndolo […]; mas no les descubrió que había tomado aquella miel del cuerpo del león.
Jueces 14:9
Sansón era un nazareo y, como tal, no podía tocar un cadáver, beber vino o cortar su cabello. Sansón era un prodigio. Su nacimiento fue un milagro y su vida, un fenómeno. Él era un gigante. En la fuerza del brazo, nadie pudo superarlo. Este joven fue elegido por Dios para ser el libertador de su pueblo, y sus padres se preocuparon por su educación, incluso antes de su nacimiento.
Sansón fue consagrado por Dios desde que estaba en el vientre de su madre y fue un joven lleno del Espíritu. Pero Sansón tenía un problema grave. No podía controlar sus propios impulsos.
Un día vio a una muchacha filistea. Le dijo a su padre que la quería como su mujer. En vano su padre trató de disuadirlo. El joven estaba decidido. Cuando iba a casa de ella, en el camino, un joven león saltó sobre él. Con su fuerza colosal, despedazó al león como si desgarrase un cabrito y lo lanzó al borde del camino. En el día de la boda, recordó la hazaña y pasó por allí para recordar la escena. Había un enjambre de abejas en el cadáver del león. Tomó un panal y comenzó a comer. Allí Sansón rompió su primer voto de nazareo. Como nazareo, no podía tocar un cadáver.
Incluso hoy en día muchas personas rompen su pacto con Dios, buscando el placer en lo que está muerto. Buscando la miel en el cadáver de un león muerto. Buscan la felicidad en las fuentes del pecado. El placer del pecado dura poco.
¡No hay felicidad en el camino de la desobediencia!
Devocional del libro “Gotas de Alegría para el Alma” escrito por Hernandes Dias Lopes. Publicado con permiso de Clie.es
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