«Siéntete como en casa» me dijo mi amiga la noche que llegué a su casa después de un par de días en aeropuertos, aviones y muchas prisas. No fueron las flores que dejó en mi mesa de noche o la cobija extra que dejó en mi cama, tampoco la taza de té que me preparó (aunque sin duda, tuvieron que ver). Fue su actitud, la manera en que oró por mí, la autenticidad al abrir las puertas de su hogar. Fue su manera tan natural y amorosa de ser hospitalaria lo que me hizo sentir en casa.
La hospitalidad es una cualidad que como creyentes debemos desarrollar; es más, es un mandato: «Estén listos para ayudar a los hijos de Dios cuando pasen necesidad. Estén siempre dispuestos a brindar hospitalidad». [1]
Muchas veces no somos hospitalarios porque creemos que la hospitalidad es sinónimo de ser un buen anfitrión. Pensamos que para brindar hospitalidad debemos tener una casa impecable y ofrecer la comida perfecta. Y aunque eso no está mal, no es lo más importante, pues ser hospitalario va más allá de lo físico y lo material; no se trata de poner el énfasis en nuestras habilidades o pertenencias, sino en lo que el otro necesita.
Dios mismo es hospitalario y es eso lo que debemos transmitir: reflejar la paciencia, la gentileza y la generosidad que Él tuvo con nosotros. Éramos huérfanos y estábamos desamparados, pero en algún momento de nuestras vidas, Dios nos invitó a formar parte de Su familia. A pesar de que habíamos hecho lo malo, Él nos recibió, nos adoptó, nos puso nombre y estableció una relación de amor con nosotros. [2]
Ahora nos corresponde extender ese amor y esa gracia, y para ello no necesitamos hacer grandes reuniones, ni gastar mucho dinero; basta con entregarnos, abrir nuestro corazón, interesarnos genuinamente en la vida de los otros y estar dispuestos y disponibles para suplir sus necesidades.
Ser hospitalario puede expresarse de muchas maneras: haciendo una llamada, preparando comida para una familia que la necesita o bien, yendo a tomar un café y charlar.
Recordemos que todo lo que Dios nos ha dado es para extender gracia a los demás, para recibirlos como Dios nos ha recibido y para que el mandamiento de amarnos unos a otros sea una realidad en nuestra cotidianeidad.
Organiza tu vida de tal manera que siempre haya espacio y tiempo para la hospitalidad. No olvides que habrá momentos en que tu rutina se verá «interrumpida», pero recibe esa irrupción con alegría, dejando de lado el egoísmo, el orgullo, la obsesión por mantener el orden y el control. Más bien, entrégate, sirve, comparte e invierte en el bienestar de alguien más. Y así, a través de la hospitalidad y los actos cotidianos de bondad el reino de Dios se hace real en la Tierra, demostrando que el evangelio es verdad y que es para todos.
[1] Romanos 12:13
[2] Efesios 2:4-9
— Devocional de Karen Durán. A Karen le gusta disfrutar la sencillez de los detalles monótonos y ordinarios de cada día. Junto con su esposo, su hijo y su hija, pasa los días dedicada a las labores del hogar, sacando postres del horno, leyendo vorazmente, traduciendo o corrigiendo textos y escribiendo cada vez que encuentra el tiempo para hacerlo.