Era una chica normal y corriente. Aunque creció en el extranjero, estudió enfermería en Inglaterra sin que fuera su carrera predilecta. Trabajó en una clínica y después en un internado de niñas. En las frías noches de invierno, empatizaba con su nostalgia y las abrigaba con cuentos y tazas de chocolate caliente.
Más adelante acompañó a su hermano médico a Marruecos. Terminó asentándose en una aldea en las montañas de Tánger, donde los niños llamaban a su puerta para pedirle pan, y ella los alimentaba no solo con comida sino también con historias.
Esas historias las escribió, y Patricia St. John acabó publicando veinticinco libros. Hoy figura entre los escritores evangélicos de ficción más prolíficos de la segunda mitad del siglo XX. Dos de sus libros, favoritos míos de la infancia, han sido éxitos de venta: Tesoros de la nieve y The Tanglewoods’ Secret («El secreto del Bosque de Tanglewood», sin traducir).
La fidelidad de St. John en lo «poco» y remoto me ha recordado Mateo 25:21:
Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré.
A pesar del glamur con el que podríamos colorear su vida abnegada, St. John describía jornadas ordinarias en las que fregaba suelos o administraba cucharadas de jarabe anti-lombrices. Me llama la atención que no pidió acabar con aquella monotonía cotidiana por su talento, gran imaginación y habilidad descriptiva.
Con el tiempo, Dios le confió los libros que hoy nos siguen bendiciendo. Sin embargo, en su fidelidad previa al cuidar de un bebé enfermo, reconfortar a una colegiala solitaria o alimentar la imaginación de un niño de la calle, St. John ya estaba siendo extraordinaria.
A veces ponemos más énfasis en lo segundo, en lo «mucho» que vendrá si hacemos bien estas «pequeñas e insignificantes» tareas primero, como si carecieran de valor intrínseco, como si fueran un rito de iniciación. ¿A quién le importan los aperitivos? ¡Queremos el plato principal!
Y olvidamos tantas cosas:
- Nuestro poco de hoy, ayer era nuestro mucho.
- La fidelidad siempre amplia horizontes, manejemos lo que manejemos.
- El elogio de Jesús llega antes de que seamos nadie. (La expresión de aprobación «bien» tiene mucha más fuerza en el original; es una ovación en un acto de reconocimiento público.)
- Nuestro entusiasmo y perseverancia dependen de comprender a quién servimos, Jesús. Repararemos menos en qué estamos haciendo, si lo hacemos para gente «importante» o no, si se agradece o no… basta con que nos lo pida Él.
- Con sus ojos de amor, al final nada ni nadie es poco.
Creo que St. John lo asimiló antes de publicar cualquiera de sus libros. Y por eso mismo, sus páginas irradian amor por Jesús y por los niños.
Ella cumplió la segunda parte de este texto en 1993 al entrar en el gozo de su Señor, pero a nosotros seguramente nos quede un trecho.
¿Abrazaremos también nuestro poco?
— Devocional de Lisi Clark, colaboradora de Librería Abba. Reflexión adaptada de su blog.