«Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse.» Romanos 8:18
Este versículo está en un contexto extraordinario. En el capítulo 7, el apóstol Pablo ha abierto su corazón expresando la realidad de la lucha espiritual en su interior, y por supuesto, esa lucha la vemos en nosotros mismos. Empieza el capítulo 8 con una declaración victoriosa: «Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu» (8:1), y termina el capítulo con una nota de victoria (8:28-39).
En el versículo que nos ocupa nos encontramos con un contraste. Por un lado, «las aflicciones del tiempo presente», por otro lado, «la gloria venidera». Las dos son una realidad. En el presente, nos encontramos muchas veces en medio de aflicciones por causa de la fe. Esto no nos resulta extraño. Jesús ya dijo: «en el mundo tendréis aflicción». Por otro lado esperamos un futuro distinto, y Pablo nos habla de este futuro en términos de «la gloria venidera». El mismo apóstol escribe su segunda carta a los Corintios y hace el mismo contraste; dice que está atribulado, en apuros, perseguido, derribado … (2ª Cor 4:7-9) pero llega al vs. 17 y escribe, «porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria».
¡Qué maravilla! nuestras aflicciones, del tipo que sean, son por un tiempo limitado, pero producen en nosotros una gloria que será eterna. Pablo pone en el platillo de una balanza las aflicciones que sufrimos aquí por nuestra fidelidad a Cristo, y en el otro platillo la gloria venidera, el resultado es que este segundo pesa mucho más. Por eso Pablo dice que ambas cosas no son comparables, no se pueden comparar, ni por su duración (una es temporal y otra eterna) ni por su calidad o resultado (una es aflicción y la otra es gloria).
Y un detalle más. Esta gloria venidera «en nosotros ha de manifestarse». No será manifestada a nosotros, sino que será manifestada en nosotros. Es decir, esta gloria vendrá a nosotros, como de fuera, entrará en nosotros y tras habernos llenado se manifestará en nosotros. Nosotros mismos seremos parte de esa gloria, los redimidos la veremos los unos en los otros.
Damos gracias a Dios por sus promesas. Nuestros sufrimientos presentes, no importa cuántos ni cuán severos sean, se pierden en la insignificancia cuando se los compara con nuestra gloria futura.
Oración: Señor, gracias por tu ejemplo. Tu sufriste hasta la muerte de cruz por amor a nosotros, pero a la cruz siguió la resurrección y la glorificación. Por tu promesa sabemos que aunque suframos aquí, la gloria que nos espera es infinitamente mayor. Que esta promesa aliente mi vida aquí.
El autor de este devocional es Manel Rodríguez Domínguez, pastor de la Iglesia Evangélica de Vilanova i la Geltrú
- Manel recomienda el libro «La esperanza tiene sus razones» de Rebecca M. Pippert
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