El placer, y no solo el sufrimiento, dijo Chesterton, induce también al cansancio. Vivimos en un mundo que agota. Compromisos, prisas, trabajo. Ansias por hacer dinero (ya sea para sobrevivir o vivir bien); premura por el éxito (aunque pocos comprendemos qué implica el término). ¿Dónde termina la carrera?
Hubo un profeta en el Antiguo Testamento llamado Jeremías. No fue popular, sino todo lo contrario. No recibió honras en la vida, sino maltratos y burlas. Pero él se mantuvo firme y dio el mensaje de Dios.
¿Qué senderos necesitamos?
El pueblo había hecho varias cosas mal. En primer lugar, la Palabra del Señor los ofendía. Segundo, codiciaban ganancias injustas. Tercero, supuestos guías curaban las heridas solo por encima. Deseaban paz, cuando en realidad no la había. ¿Te suena familiar? Entonces Dios, a través de Jeremías, habla y todo cambia.
Así dice el Señor:
«Deténganse en los caminos y miren;
pregunten por los senderos antiguos.
Pregunten por el buen camino,
y no se aparten de él.
Así hallarán el descanso anhelado.
Pero ellos dijeron:
“No lo seguiremos”.
— Jeremías 6:16 (NVI)
Tres pasos para los cansados
Deténganse. Qué modo de llamar nuestra atención. Alto. Paren. No se muevan. A veces me abrumo con actividades. Alguien me ha dicho que no pasa nada si los platos sucios se apilan unas horas, pero mi conciencia me dicta lo contrario y me estreso. Qué bien me cae esta orden en días como hoy, cuando mi alma ya no tolera otra mala noticia o cuando no logro concentrarme en mis bendiciones. Detente. Para.
Miren. Y es que en realidad no miro, no observo, no analizo. Veo porque tengo ojos, pero no voy más allá de las apariencias. Mi cansancio me vuelve miope, daltónica y ciega. Pero Dios sugiere: «Haz un alto y mira».
En ocasiones quisiera lograr esto mediante unas vacaciones. En una playa paradisicaca no me cuesta trabajo detenerme y mirar. Pero en la casa, con pendientes por hacer, con trabajo que realizar, con obligaciones y gente que depende de mí, ¿detenerme? Es un lujo que no me quiero dar. ¿Mirar? ¿A qué hora? Pero Dios no me da alternativa. «Detente y presta atención». ¿Y después?
Pregunten por los senderos antiguos. Pregunta. Formula tus dudas. Pero no indagues por las nuevas filosofías o planteamientos, ni corras tras las corrientes más novedosas que se anuncian en la radio y la televisión. Debo preguntar por los senderos antiguos, y por si alguien se queda con la duda sobre a qué se refiere, Dios aclara: «Pregunten por el buen camino».
¿Cuál es el buen camino?
En Juan 14:4-6, Tomás le dice al Señor algo así: «Está bien, Señor, ya me detuve, estoy mirando, me dices que pregunte por el camino. ¿Pero cuál?».
Jesús le responde a Tomás: «Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie puede ir al Padre si no es por medio de mí». El camino no es una filosofía, ni un estilo de vida; no consta de una serie de pasos que dar; no se resume en planes y proyectos, ni siquiera en buenas intenciones. El camino es una persona. El camino es Jesús.
El camino se trata de relacionarme con Jesús y de conocer a Dios. Y para hacerlo, debo detenerme. Jesús se aparece en el sendero disfrazado del mendigo en la esquina o el predicador del domingo; se presenta en mis gozos y tristezas como el dador y el consolador. Pero cuando no me detengo, lo paso por alto. Ocurre a diario cuando voy de la casa al trabajo. No me detengo y no me entero de una nueva tienda. No me detengo ni siquiera para ayudar a alguien en problemas.
Pero si algo me aterra se resume en no detenerme y pasarme de largo y no ver a Jesús.
¿Sabes cómo respondió el pueblo de Israel al mensaje de Jeremías? Dijeron: «No andaremos en él». ¡Rechazaron la invitación! Se perdieron del decanso prometido. ¿Nos lo perderemos también por no detenernos, prestar atención y preguntar por las sendas antiguas?
— Devocional escrito por Keila Ochoa Harris, autora de más de veinte libros. Conecta con ella en Instagram.