…porque el Señor tu Dios, está en medio de ti
como poderoso guerrero que salva.
Se deleitará en ti con gozo,
te renovará con su amor,
se alegrará por ti con cantos. (Sofonías 3.17)
Eran las once de la noche mientras volvía a casa del trabajo, las lágrimas empañaban mis ojos y los gritos desde el coche se hubieran podido escuchar si no hubiera ido sola en la carretera. Mi clamor al reconocer en voz alta «no puedo más» era evidencia de que no estaba bien.
La angustia volvía a llenar mi corazón por mis propias circunstancias, pero además el trabajo me había superado. Como enfermera estoy rodeada de mucho dolor, y en especial estos días fueron llenos de despedidas, dolores y angustia. Normalmente alivias y estás, pero sabes poner límites en tu propio corazón. Pero cuando estás sufriendo, los límites de tu propio dolor y del otro se vuelven difusos, aumentando así de manera exponencial.
En medio de todo esto, no sé tú, pero yo a veces necesito recordar que la batalla ya está vencida. La gran batalla. La del pecado, el dolor, la enfermedad, el sufrimiento, la muerte…
Necesito mirar la fecha de caducidad y recordar: ¡Jesús volverá! Ese será el fin de todo lo malo.
Fue en ese momento en el que volví a darme cuenta de que había intentado ganar una batalla tras otra en mis fuerzas, herida y sin mi protector y amigo. Me di cuenta de que mi foco había cambiado y que la perspectiva estaba muy lejos de lo que Dios veía.
A veces necesito recordar que hay dolor después de una batalla, a pesar de quizá haber salido victorioso. Pero eso no le resta importancia a la victoria. Sobre todo, si has ganado con el VENCEDOR.
Sin embargo, no quiero engañarte, la realidad es que eso no mengua el dolor, la incertidumbre, el sufrimiento, el cansancio…
Pero quiero hoy llamar tu atención, y en recuerdo de la esperanza decirte que Dios me recordó su perspectiva:
Estaba allí, al alcance de una oración, y mi Dios me escuchaba.
Estaba allí, en mi mesa su Palabra, llena de promesas reales a las que aferrarme.
Estaba allí, en el teléfono con un sinfín de números de personas que me aman y están dispuestas a escuchar y estar presentes en mi vida.
Estaba allí, en la «soledad» de mi hogar, la presencia constante de mi Padre celestial.
Estaban allí las abundantes riquezas de su gracia, solo necesitaba estirarme a cogerlas.
Estaba allí la armadura de Dios para ponérmela en cualquier momento.
Obviamente el cansancio, dolor y tristeza no se van al darme cuenta de ello. Pero no me desesperan, no me derrotan, no me hunden, no me hacen perder la perspectiva.
Hoy te quiero animar a mirar aquellas cosas que sí tienes, aquellas batallas que ya venciste o que estás perseverando en luchar.
Puede que te duelan algunas heridas, e incluso que aún no seas consciente de que la batalla ya ha sido ganada. Pero escucha la voz del capitán, del gran YO SOY, aquel que te dice: «no temas, estoy contigo».
Mi reto para ti hoy es:
- Apuesta por rendirte ante Dios, deja que Él pelee tus batallas, toma tu armadura, recuenta las veces que ya tuviste la victoria.
- Pide ayuda a los que están a tu lado, ellos sostendrán tus manos si te ven desfallecer.
- Busca un recordatorio de la Victoria que ya has obtenido en Cristo, y de la esperanza de aquellas victorias que obtendrás en el camino.
Porque, aunque a veces sientas que no puedes más, Dios jamás te dejará. Él te espera. Trata de recordar:
Hay veces que la batalla la ganamos y nos sentimos igualmente sin fuerzas, dolidos y cansados. Pero Dios nos recordará la esperanza y nos dará las fuerzas para seguir.
— Devocional escrito por Elisabet Montes Casquero. Seguidora de Jesús. La quinta de una familia preciosa y numerosa. Enfermera de corazón. Le encanta cuidar de las personas y también compartir con ellas a través de la escritura. Puedes leer más artículos suyos en su blog.