Conciliador en una época convulsa, conocedor tanto de la pobreza como de la prosperidad, este predicador puritano del siglo XVII no llegó a los cincuenta años. Sin embargo, a través de su obra, sigue revelándonos la clave del contentamiento.
Puntos claves de la biografía de Jeremiah Burroughs, 1599-1646
- Inicios: Universidad de Cambridge
- Primeros pasos pastorales
- Inconformismo y despido
- Exilio en Holanda y su libro más conocido
- Vuelta y éxito en Inglaterra
- La Confesión de Westminster y los Cinco Hermanos Disidentes
- Accidente, muerte y legado
«Un temor inquietante de que alguien, en algún lugar, pueda ser feliz». Con esta frase sentenciaba el puritanismo H. L. Mencken, un periodista del siglo XX. Mientras tanto un poeta contemporáneo, Kenneth Hare, decía que los puritanos atravesaban «el dulce jardín de la vida» solo para «arrancar la espina y desechar la rosa». [1]
La connotación negativa de «puritano» ha estado ahí desde siempre. En el siglo XVI, se acuñó para desprestigiar a los que querían reformar la Iglesia protestante en Inglaterra. Hoy la Real Academia Española enumera «rígido, estricto, severo, austero» como sinónimos.
¿Qué pensar, entonces, de una de las joyas de la literatura puritana, El contentamiento cristiano? ¿Se trata de una contradicción?
Aunque sobreviven pocos datos de media vida de su autor, Jeremiah Burroughs, su inspiradora obra ha superado el paso del tiempo. En ella percibimos que no temió la felicidad ni desechó la rosa en su corto paso por el jardín de la vida. Solicitado por su notable currículum y aclamado como «el príncipe de los predicadores» (sí, antes que Charles Spurgeon), este predicador inglés inconformista también sufrió las espinas de la vida —soledad, persecución, juicios, exilio, división. Pero pudo decir con el apóstol Pablo:
No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente y sé tener abundancia… Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.
Un estudiante puritano en Cambridge
El tercero de los cinco hijos de Francis Burroughs, el nombre de su madre caído en el olvido, Jeremiah Burroughs nació en 1599 o 1600 en Anglia Oriental, Inglaterra, región propuritana donde también tuvo sus primeros puestos de trabajo.
En 1617 fue admitido a la institución puritana por excelencia, la Emmanuel College de la Universidad de Cambridge. Allí bajo la tutela del eminente Thomas Hooker (luego fundador del estado de Connecticut, Estados Unidos) consiguió su licenciatura (1621) y maestría (1624) en Humanidades.
Pero dejó su carrera académica. Con el ascenso al trono de Carlos I de Inglaterra (1625), ya empezaba a bullir la controversia y persecución puritana por los estatutos Laud.
Primeros pasos pastorales
Los inicios de Burroughs fueron humildes, sirviendo a una congregación rural, All Saints Church, en el condado de Essex. Pero tuvo un plus: vivir en la casa de Hooker, su antiguo tutor, junto con otros párrocos principiantes. Los domingos todos predicaban en sus respectivas iglesias, y entre semana profundizaban en el seminario que Hooker ofrecía en su hogar.
Pero Burroughs pronto recibió una oferta de trabajo en Bury St. Edmunds, una iglesia grande e influyente en Suffolk. Tendría el privilegio de colaborar codo con codo con un predicador famoso en su día, Edmund Calamy (décadas después, John Owen visitó una iglesia con la intención de escucharlo y como consecuencia, experimentó un giro crucial en su vida).
En cuanto a Burroughs, toda su preparación empezaba a dar fruto. El joven de veintiséis años era buen predicador y atraía público. Pero también tenía sus convicciones y se atrevió a hablar contra un concejal. Como consecuencia la congregación disgustada fue despojando a Burroughs de su salario. Tras un tiempo de oración, incertidumbre y consultas con amigos, Burroughs dejó el puesto, intentando hacerlo de la manera más conciliadora posible.
Una Iglesia dividida por el domingo
Burroughs aceptó otro puesto al norte en una parroquia más pequeña (Tivetshall, Norfolk), pero también traía sus complicaciones. Ahora como rector, administraba los sacramentos, y era puritano en una época en la que no era bien visto, sobre todo por su superior, el obispo Matthew Wren. Algunos de sus requisitos sobre cuándo arrodillarse o cómo colocar la Santa Cena Burroughs los consideraba supersticiones, y tampoco estaba de acuerdo con que se suprimieran la oración libre y el culto de la tarde. Pero el mayor problema residía en un libro con un título aparentemente inofensivo que, sin embargo, un historiador del siglo XVII citó como el detonante de la guerra civil de la siguiente década: El libro de los deportes.
Dicho libro contenía las actividades recreativas que eran lícitas el domingo siempre que se asistiera al culto matutino. Cualquiera que se negara a leer el edicto en la iglesia, perdería su puesto. Y en esas estaban todos los puritanos e inconformistas, en aumento en el Parlamento y cada vez más hartos, negándose a quebrantar uno de sus principios, el descanso y la búsqueda de Dios en domingo.
Como Calamy su anterior pastor, Burroughs se negó a leerlo; tardaron unos cinco años en despedirlo del todo. Lo acogió un conde, pero con la creciente persecución de los puritanos, la protección que brindaba era insuficiente. Como muchos de sus contemporáneos, no solo individuos sino congregaciones enteras, Burroughs tomó la decisión de dejar su país, quizá para siempre.
El exilio que formó una joya
Burroughs acabó en una iglesia angloparlante en Róterdam, Holanda, país que, tras sacudir el yugo de la España católica, acogió a muchos exiliados en la década de 1630. Aceptó el puesto de maestro en la iglesia independiente, trabajando con el pastor William Bridge. La amistad y las conversaciones que disfrutó tanto con Bridge como con otro pastor de la ciudad, Sidrach Simpson, forjaron sus convicciones congregacionalistas y su futura colaboración en un documento fundamental en la historia de la Iglesia protestante, la Confesión de Westminster.
La iglesia inglesa estaba ubicada en Delfshaven, hoy un municipio de Róterdam, Países Bajos. / acnaleksy, Adobe
Burroughs permaneció en suelo holandés entre 1638 y 1642, ganando muy alta estima entre la gente, según sendas memorias puritanas. Y aquí, trabajando fielmente lejos de su tierra natal sin saber cuál sería su futuro, predicó la serie de sermones que se convirtió en su célebre libro sobre el contentamiento cristiano, que definiría como «un estado espiritual dulce, interno, apaciguado y misericordioso, que se somete libremente a la sabia y paternal disposición divina en toda condición y se deleita en ella» (p.33).
El libro en sí lo titularon sus amigos al publicarlo dos años tras su muerte: La excepcional (o rara) joya del contentamiento cristiano. Cual joyero Burroughs trabajó con los principios que extrajo de la Biblia, como expresó el teólogo John Gerstner: «Cristo nos da perlas; Burroughs las monta y las encadena». [2]
Un brillo en el horizonte inglés
Burroughs empezó a asimilar las lecciones sobre el contentamiento justo a tiempo. Había aprendido a vivir humildemente, y ahora le tocaría la otra cara de la moneda. Con su derrota en Escocia, Carlos I tuvo que convocar el Parlamento, en su mayoría protestante reformado. Invitaron a los exiliados a volver en plena guerra civil.
Burroughs fue nombrado predicador de dos de las iglesias más grandes y prósperas de Inglaterra, Stepney y St. Giles en Cripplegate, Londres. La labor en Stepney la compartía con otro predicador admirado, William Greenhill. Como Burroughs predicaba a las siete de la mañana y su compañero a las tres de la tarde, fueron denominados «la estrella matutina y vespertina de Stepney».
Sin duda, tras tanta incertidumbre, los cuatro últimos años de Burroughs fueron los de mayor éxito, no solo por su renombre como predicador, sino también como teólogo erudito y reformador congregacionalista. Tenía muchos amigos entre la nobleza, predicaba regularmente ante el Parlamento, y ahora muy pronto se convertiría en uno de los arquitectos de la Confesión de Fe de Westminster (1647), la base de otras confesiones señaladas, como la de Savoy y la bautista de Londres. Pero dentro del éxito, Burroughs también sufriría; sin duda, recordaría uno de sus propios principios: «Si recibes consuelos de este mundo, no te dejes embelesar por ellos. Cuando los obtengas, no te satisfagas demasiado en ellos» (p. 203).
La Confesión de Westminster
Durante la década de la Revolución inglesa, el Parlamento convocó la Asamblea de Westminster, ciento veinte teólogos que trataban de redactar una confesión para reformar el gobierno y la liturgia de la Iglesia protestante.
Cuadro de John Rogers Herbert (1810-1890) de una reunión de la Asamblea de Westminster el 21 de febrero de 1644. / Wikimedia Commons
Burroughs, en contraste con la mayoría presbiteriana, estaba en el bando de los pocos independientes conocidos como «los Cinco Hermanos Disidentes». Entre ellos estaban sus amigos de Holanda, defensores de la autonomía de las iglesias locales y la separación de Iglesia y Estado.
A pesar de la división en la Asamblea, el carácter cristiano de Burroughs relucía, como explica el pastor y autor Tim Challies:
Este fue un tema polémico en Inglaterra en su época y condujo a muchos conflictos y divisiones personales, políticas y eclesiásticas. Burroughs, sin embargo, fue una fuerza estabilizadora que actuó con moderación en su apoyo a la independencia.
El historiador Joel Beeke alaba su «tono moderado» que ejemplificaba el lema latín sobre la puerta de su estudio: «la variedad de opiniones y la unidad de opinión no son incompatibles».
Fruto de este espíritu, Burroughs publicó su última obra: Irenicum: a los amantes de la verdad y de la paz. A través de ella intentó abogar por «la unidad de todos los que amaban la verdad». Argumentó que lo que convertía las «diferencias comparativamente menores en causas de divisiones rígidas era un espíritu y motivos equivocados».
Pero las diferencias no se resolvieron. Aunque los Cinco Hermanos presentaron ante el Parlamento su Narración apologética —es decir, su postura intermedia entre el gobierno eclesial autoritario (el modelo presbiteriano) y el democrático—, la Asamblea estaba dividida. Burroughs formó parte del comité de mediación, pero en marzo de 1646 concluyó, en nombre de los independientes, que preferirían emigrar o sufrir a someterse a los presbiterios.
Accidente, muerte y legado
Medio año después Burroughs se cayó de un caballo, lesionándose la espalda y sufriendo complicaciones. Pero sus amigos sabían que padecía de algo más hondo: «Sus incesantes trabajos y el dolor ocasionado por las divisiones… contribuyeron en gran medida a acelerar su fin». Aun así, seguía en paz y contentamiento con Dios, listo para encontrarse con Él. Murió dos semanas después, el 13 de noviembre de 1646, a los 47 años, sin ver la conclusión de la Asamblea de Westminster.
La obra de Burroughs continuó gracias a sus amigos, que recopilaron muchos de sus sermones. Su obra más conocida es la del contentamiento, pero también escribió un comentario sobre el libro de Oseas y otros libros centrados en la naturaleza del pecado y en distintos aspectos del evangelio.
Burroughs ha influido en grandes teólogos y predicadores a lo largo de los siglos, pero quizá el mayor elogio surge de sus contemporáneos. Al editar sus obras póstumamente, dijeron que se trataba de una «segunda edición» porque la primera fue su propia vida, «la práctica de este santo hombre». El contentamiento, al final, fue su mayor fruto en su paso por el jardín de la vida.
Cuéntanos, ¿conocías a Burroughs? ¿Cuál piensas tú que es el secreto del contentamiento? Te leemos en los comentarios.
[1] Las frases respectivas son de Mencken en A Mencken Chrestomathy (Vintage Books, 1982) y Hare en Nymphs and Rivers: A Selection From Poems Composed Between 1910 and 1957 (Hale, 1957).
[2] En el prólogo al libro de Jeremiah Burroughs: The Saints Happiness: Sermons on the Beatitudes. Soli Deo Gloria Pubns, 1997.