¿Por qué te abates, alma mía, y por qué te turbas dentro de mí?
Espera en Dios, pues he de alabarle otra vez por la salvación de su presencia (Salmo 42:5).
La Biblia me desafía a no ignorar el sufrimiento de otros, a estar con ojos abiertos a la necesidad y ser una piedra viva y activa del edificio de un Reino nuevo.
Pero el peso de toda esa oscuridad hace mella en mi alma. El ver, no ignorar una y otra vez, cómo la injusticia se apila día a día oprimiendo a los pobres, desamparados y víctimas del sistema corrupto y en declive en el que nos encontramos, me abate.
Me siento retada a ser luz, una ciudad sobre un monte. Pero ¿cómo lo hago?
Como artista, es aún más frustrante, porque, cómo —con este corazón sensible que Dios me ha dado, que no me permite caminar, respirar, vivir sin ver o sentir profundamente el dolor de otros— ¿cómo apunto hacia la luz, si me rodea una neblina que aplasta mi espíritu?
Cuando quiero hacer más, porque sé que tengo un mensaje de esperanza, cojo la pluma y al abrir mi corazón para que aparezcan letras se dibuja esta frase:
¿Por qué te abates, alma mía, y por qué te turbas dentro de mí?
Y sé que, una vez más, tengo que cerrar las compuertas de la creatividad; porque si hoy muevo corazones, llorarán conmigo. ¿Qué esperanza puedo traeros entonces? ¿Qué luz?
¡Venid, hermanos, hermanas y estemos de duelo por este espacio que se ha vuelto un abismo entre el plan de Dios y lo que experimentamos!
Selah. Inspira.
El cielo de Madrid es gris, y me siento una vez más en mi escritorio.
Pero esta mañana, en lugar de escribir, escucho.
Las notas de un violín me transportan con tonos lavanda y rosa del atardecer a un cielo surcado por dos gaviotas, sobre un mar encendido por el sol naranja.
Siento el ronroneo de mi gata, que busca incesante mi atención. Tiene un pedazo de ti, Señor.
El suave tamborileo me recuerda al zumbido de una abeja. Mi mente viaja a espacios recónditos en los que brilla la luz. Noto el calor en mi piel y el crujir de mis pies descalzos sobre un manto vivo de verdes y amarillos.
El aire es fresco, inunda mis pulmones.
Y recuerdo quién eres y quién soy en medio de tu plan.
Expira.
Si la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve, la imaginación es la chispa que la enciende, y el arte, en cualquier expresión, son los troncos que hacen arder la llama de la esperanza.
Y necesitamos más de eso.
Selah. Inspira, expira.
Hoy te invito a recordar cómo se hacía eso de imaginar. Piérdete en una buena canción, camina por tu cuadro favorito, recupera ese libro que te hacía soñar con nuevos mundos.
Y si todo eso no sirve, recupérala de cuando eras niño.
Que hoy, la imaginación avive nuestra fe y esperanza.
— Devocional escrito por Noemí Navarro. Es creativa, ilustradora y escritora, y parte del liderazgo de la Iglesia Elan en Madrid. Su primera novela infantil/juvenil es El Reino del Revés: Cecilia y el viaje al Castillo de Lurra (2023). Conecta con ella en Instagram.