Se cuenta que el filósofo Immanuel Kant estaba meditando una tarde sentado en un parque cuando un policía se le acercó, curioso al ver que el hombre no se movía del mismo lugar durante horas.
—¿Qué está haciendo aquí sentado todo el tiempo? —le preguntó.
A lo que el filósofo le respondió: —Solo estoy pensando.
Al oír la respuesta, el policía volvió a decirle: —¿Quién es usted?
A lo que Kant respondió: —Eso es precisamente lo que estoy intentando descubrir.
Vivimos con la necesidad de saber quiénes somos y la razón por la que estamos aquí. Hemos hablado en otros escritos sobre la fuente de todos nuestros problemas: cuando le damos la espalda a Dios nuestra vida deja de tener sentido. Si decimos que Dios no existe, tenemos que defender que todo es debido al azar y, por lo tanto, estamos aquí por pura casualidad.
¿Realmente sería posible? Imagínate que vas paseando por la playa y te encuentras un pequeño castillo perfectamente hecho con conchas, arena y piedras. Alguien te dice que fue creado por el efecto del mar que con su oleaje colocó todas los materiales de esa manera. ¡Seguro que pensarías que esa persona está loca! ¿Cómo creer entonces que las montañas, los ríos, e incluso la vida misma surgió al azar?
¿Sabes cuál es nuestro problema? Si renunciamos a Dios, dejamos de pensar y dejamos de descubrir quiénes somos porque ya nada importa: un día nacimos, y otro moriremos sin que nada haya quedado del todo y el todo haya surgido de la nada; porque no fuimos, ni somos, ni seremos nada si no existe nadie más.
Cuando perdemos a Dios, nos perdemos a nosotros mismos. La segunda consecuencia de nuestro pecado fue dejar de saber quiénes somos y cuál es nuestra identidad (Génesis 3:1-6). Perdimos el sentido de nuestra vida de una manera definitiva. El diablo, nuestro enemigo, sembró la desconfianza en nosotros y preferimos creerle a Él antes que a nuestro Creador. Desde entonces vivimos en esa desconfianza preguntándonos siempre: ¿Qué sentido tiene lo que hago aquí? ¿Quién soy? ¿Será cierto que mi familia me quiere? ¿Todo va a salir bien? ¿Y si algo malo sucede…? ¡Si nos rebelamos contra Dios, nuestra vida se llena de preguntas sin respuesta!
Jamás olvides que el argumentar con el mal siempre genera desconfianza, y cuando perdemos la confianza en nuestro Creador, dejamos también de confiar en nosotros mismos. Si queremos volver a saber quiénes somos, tenemos que volvernos a Dios para vivir cara a cara con Él.
Tú, Señor, con gran despliegue de poder creaste el cielo y la tierra. Nada hay imposible para ti… Tú eres grandioso en tus planes y poderoso en tus obras. (Jeremías 32:17, 19)
Nunca olvides que cada uno de nosotros somos una de sus obras más valiosas.
— Devocional de Jaime Fernández, escritor, músico y director del programa Nacer de Novo (TVG) . Esta reflexión es de su libro «Un año de película» que puedes encontrar aquí, junto con muchos más libros suyos.
Resumen de este devocional en vídeo: