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Vosotros sois la sal de la tierra

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Seguimos con la serie de artículos sobre «preevangelismo» que comparte Jaime Fernández Garrido:

La sal vale en cuanto puede cumplir su función. Es por definición humilde, si se puede hablar de esta manera, porque nunca nadie cuando toma un alimento dice: “qué sal tan buena”. Las alabanzas van dirigidas siempre a otros. La sal nunca lleva la gloria en sí misma, sino que hace que el sabor de los alimentos resalte. Nosotros, los seguidores del Maestro debemos aprender a ser humildes, incluso cuando brillamos. Seguro que no puedes decirme varias marcas de sal, como podrías hacerlo con los cereales, las galletas o el queso. No lo intentes, nosotros somos sal, y así debemos “brillar” en humildad, para el Señor.

Y no sólo preserva, sino que incluso puede “matar”. Los agricultores ponen sal en ciertos momentos del año para matar las malas hierbas del campo, para que a su tiempo la tierra pueda dar fruto. En algunas ocasiones Dios tiene que disciplinar a otros por medio de nuestras palabras o nuestros hechos, como el profeta Natán hizo con el rey David. Parece muy duro, pero muchas veces es imprescindible.

La sal se echa en las carreteras heladas para que la gente pueda seguir conduciendo sus coches y llegar a su destino. Es lo único que puede “romper” el hielo, y en cierta manera, Dios nos ha dejado aquí en la tierra para que también rompamos la frialdad de muchos que no quieren acercarse a Dios. Que nuestro entusiasmo por las cosas de Dios pueda acercar a muchos a conocerle.

Hasta aquí el quinto artículo sobre preevangelismo. Publicaremos el siguiente la próxima semana.
Y tú, ¿Qué piensas del preevangelismo? ¿Estás de acuerdo con lo que has leído? Nos gustaría saber tu opinión.

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