
Hay un monumento en Jerusalén que merece la pena visitar, la tumba del jardín. Fuera de la ciudad vieja y muy cerca de la Puerta de Damasco, es un remanso de paz en medio del ajetreo. La serenidad del lugar y su hermosura cautivan tanto a creyentes como a no creyentes.
Nos dice Juan que:
Había un huerto en el lugar donde lo habían crucificado, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el cual aún no habían puesto a nadie. (Juan 19:41)
Descubierta en 1867, la tumba del jardín es el único monumento de titularidad evangélica de Jerusalén. Está situada cerca de una formación rocosa que tiene forma de calavera. Porque posee muchas características semejantes a las que, según los Evangelios, tenía el lugar donde fue enterrado el Señor Jesús, se cree que puede ser el sitio de su sepultura. Quizás no lo sea, y no debemos ser dogmáticos en este punto, pero aun así bien merece una visita.
Es un espacioso huerto en el cual hay una tumba excavada en la roca, que se cierra con una gran piedra que se desliza por un canal. En este paraje, o en alguno parecido, se desarrollaron los acontecimientos que nos narra Juan en el capítulo 20 de su Evangelio.
Un encuentro importante en el jardín
Me quiero detener en la presencia en el huerto de María Magdalena. Allí estaba María sola en el huerto. Y esto me recuerda la escena de otra mujer, Eva, sola también en un huerto. Pero a diferencia de ese primer encuentro de Eva con la serpiente, este segundo de María con el Señor Jesús trajo vida en lugar de muerte, esperanza en vez de desesperanza, propósito en lugar de desaliento. Si ya María había sido sanada por Jesús y le seguía junto a los demás discípulos, este encuentro en el huerto de la tumba le dio un cometido que la restableció no solamente a ella sino a todas las mujeres: «Ve a mis hermanos, y diles…» María tenía una misión muy importante que hacer: ir a los hermanos y decirles las buenas nuevas de que había visto al Señor resucitado.
¡Qué encuentro más maravilloso! Y tuvo lugar en un jardín, recuerdo de ese primer jardín donde Eva fue engañada.
Pero lo más importante de la tumba del jardín es que la tumba está vacía. El cuerpo de Jesús no está ahí, porque la muerte no lo pudo retener. Su promesa de resucitar se cumplió y esto nos asegura que la nuestra igualmente se cumplirá. ¡La esperanza es cierta! Para los que creemos en el Resucitado la muerte no tiene la última palabra: Él venció a la muerte conquistando para nosotros la vida.
La tumba del jardín de Jerusalén bien merece una visita tranquila para disfrutar de la paz del lugar y de todo lo que rememora: la resurrección del Señor Jesús, la victoria sobre la muerte que da vida y la restauración de todas las cosas.
— Devocional de Mercedes Gasanz Saboya, una cristiana agradecida a Dios por lo mucho que le ha dado en la vida. Es médico y disfruta relacionando la medicina con las verdades de la Biblia.
Bonita reflexión