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¿Hemos perdido la cabeza? Cómo experimentar el perdón de Dios

¿Hemos perdido la cabeza? Cómo experimentar el perdón de Dios. Joven rubia salta en el aire con un cielo azul detrás.

«Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó el olor del perfume.»
— Juan 12:3 (RVR60)

No hay mayor alivio, mayor gratitud, que la del perdón inmerecido. Ante un perdón así la gratitud se vuelve una especie de locura que no conoce límites. ¿Cómo devolver lo que no podemos devolver? Para un observador externo el agradecido ha perdido la cabeza, pero en realidad no es así.

¿Cómo apreciar la magnitud del perdón de Dios?

Para entender la magnitud de nuestro perdón debemos comprender la magnitud de nuestro pecado, y para ello sólo es posible si entendemos la corrupción del ser humano y la alta dignidad de Dios, su santidad perfecta. Dios no nos ha perdonado pequeños errores; Dios ha perdonado a criaturas que se han pervertido, que se han vuelto egoístas, crueles, que disfrutan de la maldad, y que han olvidado cuánto le deben al Creador. La magnitud de nuestro pecado es imposible de comprender por aquellos cuya mente está deteriorada por el mismo pecado.

Lo segundo que debemos entender es la altísima dignidad de Dios, la perfección de su carácter recto, la justicia de sus intenciones, y que no hay un átomo de corrupción en Él. Es imposible comprender la santidad de Dios por aquellos cuya mente está deteriorada por el pecado que es lo opuesto a Dios; es un concepto abstracto, aburrido por los que llevan la marca de la perdición, que somos todos.

Aún más incomprensible es que un Dios tan santo se compadezca de criaturas tan arruinadas por su pecado. El amor de Dios se muestra excelente en su compasión por los corrompidos; Dios es eternamente glorificado en su amor por los pecadores y en la destrucción de los mismos por sus justos juicios. El Dios del cielo, el perfecto Creador, nos ha mirado con compasión y nos ha enviado al Salvador. ¿Por qué? ¿Qué necesidad tenía? ¿No siente repugnancia por el deterioro de estas criaturas? ¿No teme contaminarse por el hedor de nuestra maldad?

Jesús el Salvador y su radiante perdón

Jesús es el Salvador, la luz que vino a este mundo para traernos el perdón que tanto necesitamos, pero que nos es imposible de conseguir. Estábamos condenados y sin esperanza hasta que vino Él. Jesús es el Salvador de aquellos que han perdido todos los recursos para salir de su miseria, ¡salvo Jesús! No es un salvador: es el único en el que hay salvación. Él llegó a la vida de María con un perdón inmenso, inmerecido, generoso, noble, radiante, tierno. La vida amaneció en María y con ella todas las cosas.

Y ¿ahora qué?

La gratitud no se predica, se experimenta. La consagración de los redimidos no es una exhortación desde el púlpito, sino la respuesta de los que han sido perdonados más allá de todo lo razonable. Honremos a nuestro Salvador con todo, pero, sobre todo, honrémosle con el sacrificio de nuestras vidas. Si es preciso morir, así sea, pero si es preciso hacer morir un día, una hora, en servicio a Él, ¡entreguémoslo gozosamente!

— Devocional de Julio Martínez Moreno-Dávila. Vive en Madrid con su esposa María del Mar y son miembros de la iglesia en Suanzes. Trabaja en el sector de la tecnología y publica habitualmente en distintos medios, como en Vidas en red y Estudios bíblicos.

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