«Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré? Salmo 27:1
Todos los niños tienen miedo a la oscuridad. Según los expertos, el miedo a perderse y el miedo a ser devorado son también dos temores básicos de los niños. Lo vemos claramente reflejado en la mayoría de cuentos infantiles donde los protagonistas se pierden y tienen que hacer frente a bestias, brujas y monstruos que amenazan con devorarlos a la mínima de cambio. Pero así como el miedo a perderse y el miedo a ser devorado, normalmente desaparecen en cuanto dejamos atrás la infancia; el miedo a la oscuridad no desaparece del todo. En la oscuridad nos sentimos desorientados y vulnerables; por lo tanto, en general preferimos la luz a la oscuridad.
Sin embargo, según la Biblia, las personas preferimos la oscuridad a la luz. El relato bíblico empieza diciéndonos que en el principio había oscuridad, y Dios creó la luz… pero el hombre escogió la oscuridad en lugar de caminar en la luz de Dios; y desde entonces todo el relato de la Biblia desarrolla este antagonismo entre la luz y la oscuridad, la verdad de Dios y la mentira del diablo, el camino de Dios y los caminos del hombre atrapado en la oscuridad de su pecado.
El salmista se refiere a Dios como luz y salvación, utilizando estos dos términos como sinónimos de una misma realidad. Spurgeon comentaba al respecto que el texto no dice que Dios da luz o da salvación; sino que él es luz y él es salvación. Por tanto, no es la luz ni la salvación lo que el hombre, sumido en la oscuridad del pecado, realmente necesita; sino a Dios mismo.
“Yo soy la luz del mundo” -dijo Jesús en una ocasión- “el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12). De Génesis 3 en adelante, la descripción que la Biblia hace de nuestro mundo es la de un mundo que vive sumido en la noche más oscura. Pero en el mismo relato bíblico encontramos la promesa por parte de Dios de que un día pondrá fin a la oscuridad. Que en medio de la más absoluta oscuridad brillará un rayo de luz. Por eso Mateo, refiriéndose al nacimiento de Jesús al principio de su evangelio, escribió lo siguiente: “El pueblo asentado en tinieblas vio gran luz; y a los asentados en región de sombra de muerte, luz les resplandeció” (Mateo 4:16).
Si Dios es mi luz y mi salvación, ¿de quién temeré? -se pregunta el salmista. Siglos más tarde el apóstol Pablo, instruyendo a los creyentes en la ciudad de Roma, les preguntaba: “¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” En ambos casos de lo que se habla es de la seguridad de la salvación. Una seguridad que se encuentra en Dios, no en el creyente. En el mundo no hay oscuridad que la luz de Dios no pueda penetrar, no hay pecado del que no podamos ser rescatados. Y esto es posible porque en la noche más oscura que la historia jamás haya conocido, Jesús entregó su vida, para que nosotros -que estábamos muertos en nuestro pecado- por medio de su muerte pudiésemos obtener la vida.
Que nuestra oración sea como la del salmista cuando en otra ocasión expresaba su confianza en Dios diciendo: “aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno porque tú estarás conmigo.”
Reflexión enviada por Xavier Memba, Pastor Església Ciutat Nova CN22@ Barcelona
exelente reflexion