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George Müller: fiel a la fidelidad de Dios

George Müller: fiel a la fidelidad de Dios

No sé qué te viene a la mente cuando escuchas la frase “la fidelidad de Dios”, pero seguro que NO piensas en dos chelines de los diez que necesitarías.

Te cuento.

George Müller fue un hombre relativamente conocido. (Si famoso quiere decir que le salió el nombre en un periódico que le acusa de maltratar a los huérfanos que cuidaba) Pero no logró reconocimiento y un legado duradero por una teología combativa, ni por hazañas heroicas, ni por milagros espectaculares.

No. El señor Müller fue fiel a la fidelidad de Dios.

Tras una infancia y adolescencia marcadas por una adicción a mentir y robar, Müller eligió una forma muy peculiar de rebelarse contra su padre: en lugar de ir a una universidad grande, prestigiosa y elitista, se mudó —sin avisar a su padre, que además pagaba sus estudios— a una universidad pequeña, desconocida y sin estatus social.

(Me pregunto si Müller se dio cuenta de que una decisión que parecía impulsiva, infantil e incluso pecaminosa acabaría siendo una pieza clave en el puzle de su fe y su legado. Supongo que sí. Lo discutiremos al final con él mismo.😉)

Fue allí, en esa universidad, donde, tras influenciar a un estudiante dedicado al Señor a los vicios de bebe y perder dinero en los juegos de azar, fue invitado a un estudio bíblico, donde encontró a Dios. Y cuanto más tiempo llevaba siendo cristiano, más en serio se planteaba dedicar su vida a una misionera.

Pero surgió un nuevo problema: su padre se negó a financiar su educación si quería ser misionero. Ahí dio su primer gran paso de fe en el ámbito económico: Müller renunció a recibir más dinero de su padre. Esto lo dejó sin recursos. Pero Dios proveyó.

(Encontró un trabajo que pagaba el doble —o incluso más— del salario estándar, además de alojamiento gratuito.)

Mientras estudiaba, Müller buscó activamente oportunidades para ser misionero.

  • Pensó en Bucarest, pero la guerra lo impidió.
  • Luego en los judíos de Polonia. Tampoco fue posible.
  • Después, en los judíos de Inglaterra. Y una vez más, Dios cerró la puerta.

(Como alguien que también tiene aspiraciones misioneras, no puedo imaginar lo desalentador que debió de ser todo esto.)

En Inglaterra descubrió que tenía un don para la predicación. Y como su público objetivo no mostraba interés, volvió a renunciar al apoyo económico de la asociación que financiaba su ministerio entre los judíos.

De nuevo, sin dinero ni trabajo, Müller quedó completamente en manos de Dios.

Su ministerio más conocido comenzó con su labor pastoral.

Al ser nombrado pastor de la Capilla Ebenezer (en Shaldon, Devon), Müller decidió —otra vez— no recibir salario, por varias razones. Una de esas era el hecho de que en aquella época era común que los pastores se sostuvieron con el alquiler de los mejores asientos, reservados y alquilados para los ricos.

Müller consideró que eso implicaba una discriminación socioeconómica incompatible con el evangelio.

En relación con la socioeconomía, será más fácil entender los tiempos en que vivía Müller, si nos damos cuenta de que fue contemporáneo con Charles Dickens y con los abusos que habían en contra de los niños. Sistemas políticos que solamente promovían la relativa esclavitud de niños huérfanos; hijos de padres muertos en fábricas, víctimas de enfermedades, sin hogar, sin comida y sin amor.

Hay una canción cristiana que dice: “Señor, rompe mi corazón por lo que rompe el tuyo”.

No me cuesta imaginar que Müller vivía con esa misma actitud.

Al ver la necesidad de Londres, concibió la idea de fundar un orfanato. Muchos se opusieron, pero Müller oró. Y oró muchísimo. La cantidad de horas que dedicaba a la oración es inagotable. La oración de Müller no era solo de petición, sino también de purificación. Consciente de lo engañoso  que es el corazón humano, oró durante años por provisión, discernimiento y fidelidad. Y como resultado de una relación tan intima, Dios utilizó a Müller para sostener a millares de niños, la educación de adultos analfabetos, escuelas bíblicas para adolescentes y adultos.

Pero volvamos a su vida.
Si piensas que dejarte a la merced de tus congregantes relativamente pobres y de sus bolsillos es una manera estable de vivir… no sabes cuánta pobreza sufrió Müller.
Pero, honestamente, dudo que él haya visto su vida de esta manera.

Decidió vender todos los artículos de plata y todo lo valioso que había heredado su mujer, al casarse con ella. Hubo mañanas en las que no había té para beber, una parte integral del desayuno británico.
Pero Müller confió y se mantuvo leal a su Padre.

Su autobiografía me llena de lágrimas. Posiblemente a ti también.

En un momento, mientras dirigía varios orfanatos con cientos de niños, le llegó una queja de los vecinos. El ruido de los niños jugando les molestaba muchísimo.
Yo sentiría rencor, incluso odio. Lo digo sinceramente.
¿Quejarte de los efectos secundarios de la misión de Dios y, en lugar de venir con una solución, simplemente desanimar a otros porque sí?

Pero Müller fue el más grande en carácter y oró.

Y esta oración me parece una de las mejores de toda su vida.
Escribió razones en contra de mudarse y razones a favor.
Oró a Dios sintiendo que era un buen momento para soñar a una escala mayor.
Y oró. Oró y oró. Y oró aún más.

Oró durante aproximadamente 430 días seguidos. Y al final de esos días, cuidadosamente contados por Müller, Dios abrió el nuevo edificio para el orfanato.

Lo que me impresiona de esta oración es el respeto hacia Dios: el respeto de ordenar los pensamientos, de ordenar prioridades, de venir como con un trabajo final, todo preparado para presentar una visión a un Dios visionario.

Además, Müller se mantuvo fiel a Dios.
Oró sin cesar.
Oró por algo que estadísticamente era muy poco probable.
En ese momento, el pan estaba a punto de duplicar su precio y todo se estaba encareciendo.
Y aun así, fue fiel a Dios.

En su vida, cientos —si no millares— de momentos pasaron en los que no quedaba ni pan ni leche.
Y, tras una hora —o incluso cinco minutos—, Dios llamaba a la puerta.
Bueno, uno de sus instrumentos.

Esta es otra gran lección de vida.
Cientos de mujeres y hombres escucharon la voz del Señor y respondieron con donativos: dinero, leche, pan y joyas, para el sustento de un misionero, de cientos de huérfanos, de adultos que aprendían a leer y de personas que estaban conociendo a su Padre celestial.

Tal vez no seas misionero o misionera como Müller.
Pero sí tienes dinero de sobra —y no es una suposición— seguro que lo tienes; estás leyendo un artículo online, con un móvil u ordenador, tienes conexión de wifi. Ríndete a la voz suave del Señor y, si te pide dar, sé fiel también con tu dinero, no solo con tus palabras.

A lo largo de su vida, Müller logró mucho para el Reino de Dios.
Millares de personas asistieron a su funeral.
Impactó a millones. Incluso a mí. 🙂

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Reseña de Dorotea C. Sisoeva, coordinadora de eventos de Abba.

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