Seguimos con la serie de artículos sobre «preevangelismo» que comparte Jaime Fernández Garrido:
La sal vale en cuanto puede cumplir su función. Es por definición humilde, si se puede hablar de esta manera, porque nunca nadie cuando toma un alimento dice: “qué sal tan buena”. Las alabanzas van dirigidas siempre a otros. La sal nunca lleva la gloria en sí misma, sino que hace que el sabor de los alimentos resalte. Nosotros, los seguidores del Maestro debemos aprender a ser humildes, incluso cuando brillamos. Seguro que no puedes decirme varias marcas de sal, como podrías hacerlo con los cereales, las galletas o el queso. No lo intentes, nosotros somos sal, y así debemos “brillar” en humildad, para el Señor.
- La sal da sed. Lo saben muy bien aquellos que tienen que trabajar en lugares desérticos dónde el sol aprieta. Puedes deshidratarte sin que tu mismo te des cuenta. Por eso te obligan a tomar un poco de sal para que tengas sed, para que busques el agua, para que no caigas en un desmayo fatal que te lleve a la muerte.
[Tweet «Nosotros estamos aquí para dar sed de Dios a las personas que nos rodean.»] Para que no se mueran sin Cristo. - La sal purifica. En determinados alimentos es necesaria para eliminar impurezas. Nuestras familias son una fuente de inspiración para las demás personas en el mundo. Muchos pueden seguir nuestro ejemplo de comprensión y cariño.
- La sal preserva del mal. Hasta hace muy poco los alimentos eran salados, al no disponer de cámaras frigoríficas, para que pudiesen aguantar mucho tiempo. Nosotros somos los que frenamos el mal en el mundo. Tenemos que luchar para que el mundo sea más justo, para que la gloria de Dios se manifieste, para que este mundo sea más solidario….
Y no sólo preserva, sino que incluso puede “matar”. Los agricultores ponen sal en ciertos momentos del año para matar las malas hierbas del campo, para que a su tiempo la tierra pueda dar fruto. En algunas ocasiones Dios tiene que disciplinar a otros por medio de nuestras palabras o nuestros hechos, como el profeta Natán hizo con el rey David. Parece muy duro, pero muchas veces es imprescindible.
La sal se echa en las carreteras heladas para que la gente pueda seguir conduciendo sus coches y llegar a su destino. Es lo único que puede “romper” el hielo, y en cierta manera, Dios nos ha dejado aquí en la tierra para que también rompamos la frialdad de muchos que no quieren acercarse a Dios. Que nuestro entusiasmo por las cosas de Dios pueda acercar a muchos a conocerle.
- Pero la sal también irrita, y eso nos puede pasar a nosotros cuando hablamos del Señor, incluso cuando vivimos una vida diferente, una vida contracorriente que es como un espejo ante todos aquellos que se comportan de una manera injusta. Nosotros, sin quererlo, les irritamos. De la misma manera que la luz descubre a quién está haciendo algo malo o está dormido.
Hasta aquí el quinto artículo sobre preevangelismo. Publicaremos el siguiente la próxima semana.
Y tú, ¿Qué piensas del preevangelismo? ¿Estás de acuerdo con lo que has leído? Nos gustaría saber tu opinión.