«Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.» Romanos 10:17
Creo que a estas alturas entendemos que debemos predicar el evangelio, que es nuestro cometido, y que debemos hacerlo con todos los recursos vitales que tengamos en nuestro haber en cada momento de nuestra historia. Pero quizá con el tiempo hayamos llegado a perder de vista qué es exactamente eso de la palabra de Dios por medio de la cual debemos predicar.
Acostumbrada a vivir en un ambiente evangélico durante toda mi vida, siempre he escuchado decir que la palabra de Dios es la Biblia. No hay nada malo en ese apelativo, y es real, siempre y cuando tengamos en cuenta que es una metonimia. Cuando decimos que “tomamos un vaso de agua”, no nos referimos a tragarnos el cristal del que está hecho el vaso, sino a beber el contenido. Del mismo modo, tomamos la Biblia como palabra de Dios por lo que lleva dentro.
La Biblia es la palabra de Dios porque contiene la palabra de Dios. La palabra de Dios, como empieza explicando el libro de Hebreos, se ha revelado muchas veces de muchas maneras diferentes a lo largo de la historia. En el Antiguo Testamento fue por medio de los profetas, pero ahora, en nuestra nueva era, lo hizo por medio de Cristo. Es decir: la palabra de Dios es Cristo. Por eso la Biblia es la palabra de Dios; no por ninguna cuestión “mágica”, sino porque nos revela la verdad acerca de Cristo. La Biblia no es el contenido, sino el continente.
Nabeel Qureshi, un musulmán de origen paquistaní que se convirtió al cristianismo, explica esta cuestión en su libro Buscando a Alá, encontrando a Jesús. Él explica en cierto momento que nunca compara la Biblia con el Corán porque no están en la misma categoría. Para los musulmanes el Corán sí es la palabra de Dios (Alá), literalmente, por eso es intocable y no se puede traducir. Esa revelación está a la misma altura que la existencia de Cristo para los cristianos. Sin embargo, mientras leía el libro comprendí, con cierto horror, que muchos cristianos hoy actúan con la Biblia igual que los musulmanes con el Corán, porque han confundido el continente con el contenido. Se han olvidado de que Cristo es el eje central de la Biblia, no una más de sus partes.
En este versículo Pablo nos explica que la palabra de Dios tiene poder para ser escuchada; en sí misma tiene la capacidad de ser oída, independientemente de la decisión que tome con respecto a ella quien la escucha. Si en lo que predicamos, en nuestros esfuerzos por evangelizar sentimos a veces que nuestro mensaje “no llega”, que no es escuchado, quizá sea el momento de plantearnos que es posible que, en realidad, no estemos predicando el contenido de la palabra, sino solo su continente.
Tema de oración: que aprendamos a amar a Cristo por encima de todas las cosas, y a hacerlo el centro de nuestras vidas y de nuestras relaciones con los demás.
Noa Alarcón escribe en “Preferiría no hacerlo” de Protestante Digital.
Recomienda el libro «El Asombro del Perdón», de José de Segovia
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