“Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:8)
“Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie” decía Falconeri en ‘Il Gattopardo’, la famosa película de Visconti.Con esa frase se señala el ‘gatopardismo’ o paradoja política por la que, como en un tablero de ajedrez, se promueven hábiles cambios estéticos o superficiales en la sociedad simplemente para aparentar reformas sustanciales o hasta revolucionarias que en la realidad aseguran la continuidad de lo establecido.
Algo así como sacrificar peones para que el rey siga en su lugar de poder. Una estrategia que muchos analistas políticos dicen que en algunos países está de regreso. O que quizás nunca se marchó del todo.
Es evidente que en el último siglo la realidad ha cambiado más que en toda la Historia y parece confirmar a Heráclito cuando decía que todo fluye en constante movimiento. Sí, es cierto que la vida es móvil y eso evidencia que la vida del cristiano debe convivir con una cultura que evoluciona dinámica y a toda velocidad y que le obliga a vivir cambios y adaptaciones al entorno más o menos necesarias pero, cierto también, que no deben afectar a los principios básicos de su fe que por otro lado son inalterables. Suceda lo que suceda, llueva o haga sol, el cristiano sigue firmemente enraizado en la Palabra como su regla de vida. Sigue anclado en el mensaje del Evangelio como la gran noticia de su vida. Y sigue enraizado en la Persona de Jesús como Su salvador personal, además de Su Señor.
Sin embargo lo inalterable del mensaje de Jesús no debe invitarnos a la pasividad más inerte, a la indiferencia mística hacia el entorno. Debemos ser conscientes de esos cambios que nos asedian y de los que, queramos o no, formamos o formaremos parte. La sociedad a menudo nos evalúa y pide o pedirá cambios en la Iglesia de los seguidores de Jesús aunque no queda claro si lo hace preocupada por lo que suceda dentro de una Iglesia en cuyo mensaje no cree o si porque pretende cambios que la lleven a su supuesta disolución. No obstante debemos reconocer que a nivel estético hay algunas cosas cambiables, mejorables o incluso sustituibles, y si somos sabios para descubrir cuáles son, también habrá que ser valientes para enmendarlas con tal de no contradecir al mensaje bíblico y a la vez acercarnos mejor a esa sociedad a la que queremos anunciar la mejor noticia. El teólogo norteamericano Niebuhr pedía al Señor la serenidad para aceptar las cosas que no podía cambiar, valor para cambiar las que sí podía, y sabiduría para poder diferenciarlas.
En la vida las dificultades o la climatología cultural impondrá su peso social y quizás necesitarás cambiar cíclicamente tus hojas -¡sólo son hojas!- aunque asegurándote que no cambian tus raíces. La fe cristiana muestra cada vez una mayor multiformidad, una mayor diversidad de rostros, pero debe conservar un mismo corazón, un mismo sentir.
Con este tema como preocupación parece escribir el autor de la carta a los Hebreos cuando afirma que Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos y acto seguido aconseja a sus lectores que no se dejen llevar por doctrinas diversas y extrañas. La centralidad de Jesús es clave en la realidad de la Iglesia aunque ésta pueda cambiar en mayor o menor modo su estética musical, formal o litúrgica, o su estrategia de expansión, o sus métodos de evangelización… no puede aguar, diluir ni mucho menos orillar el Mensaje ni la Persona que le da razón de su existir.
Devocional escrito por Daniel Banyuls, director de la Fundación Ábside (Agencia Bautista para la Solidaridad Internacional y el Desarrollo). Recomienda el libro ¿Desilusionado con Dios?, de Philip Yancey
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