Por esto los hijos de Israel no podrán hacer frente a sus enemigos, sino que delante de sus enemigos […]; ni estaré más con vosotros, si no destruís el anatema de en medio de vosotros. Josué 7:12
El pecado es un asunto serio. Él es el hijo de la codicia y madre de la muerte. Solo los necios se mofan del pecado. Es muy maligno. Es peor que la enfermedad y más grave que la muerte. Estos males, aunque graves, no pueden separarnos de Dios. Pero el pecado separa al ser humano de Dios en este tiempo y luego lanza su alma al infierno. El pecado es muy maligno. Se trata de un fraude. Promete libertad y esclaviza; promete vida y mata.
Israel acababa de tener una victoria resonante sobre la gran ciudad de Jericó y ahora amarga una aplastante derrota en la pequeña ciudad de Hay. Josué y los ancianos de Israel están con sus rostros en tierra, clamando a Dios. Entonces, el Señor instruyó a Josué para que se colocara de pie, porque había pecado en el campamento. Acán tomó la ciudad de Jericó pero también tomó cosas condenadas y las escondió debajo de su tienda. El pecado siempre aparece. Dios dijo que mientras que el pecado no sea eliminado, Él no estaría con Israel e Israel no podía resistir a sus enemigos. Cuando Dios camina con su pueblo, se despliegan las banderas de la victoria. Sin embargo, sin la compañía del Todopoderoso, la iglesia se convierte en débil y tímida.
El pecado trae vergüenza, debilita y trae en su equipaje gran sufrimiento. “La paga del pecado es muerte”. El pecado no vale la pena. Debemos despojarnos de él y abandonarlo para siempre.
Devocional del libro «Gotas de Alegría para el Alma» escrito por Hernandes Dias Lopes. Publicado con permiso de Clie.es