A veces la vida parece no tener sentido: hemos probado en un montón de trabajos diferentes y ciudades diferentes; cambiamos de amigos y de circunstancias, nos mudamos de una casa a otra, pero todo es en vano. Hay algo dentro de nosotros que no nos deja ver la realidad. Como si fuéramos ciegos vivimos con nuestro corazón limitado y pensamos que es por algo que nuestros padres han hecho, o que alguien ha hecho, o que nosotros hemos hecho ¡No lo sabemos! El caso es que nuestra vida no tiene sentido.
Nuestro amigo ciego, (cuya historia leemos en Juan 9), vivía así literalmente. Sin saber cual era el origen de su enfermedad o la razón por la que no veía. Los discípulos (igual que nosotros) estaban más preocupados por el problema del mal en el mundo, “¿por qué sufre la gente inocente? ¿De quién es la culpa?” que por ayudar al que estaba sufriendo ese mal. Y Jesús, en lugar de darles una buena explicación, les enseña que hacer el bien es mucho más importante que el mejor de los sermones.
¡Le devuelve la vista al ciego! Lo que parecía oscuro de repente comienza a brillar. Es más, Jesús lo hace de tal manera que “construye” lodo para ponerlo en los ojos del indigente, con el fin de demostrar que Él está muy por encima de todas las normas de la religión y de los sermones de los que creen saberlo todo. No sólo estaba curando en el día de reposo, sino que lo hacía con el propósito de que todos vieran que el bien es mucho más importante que cualquier rito.
El problema para el ciego fue que todos le acusaron de ser algo así como un pecador empedernido. Le acusaron a él y a quién lo sanó, pero no se dieron cuenta que pocos argumentos son mejores que los de alguien cuya vida ha sido transformada: “Yo era ciego y ahora veo, ¿cuál es el problema para vosotros?”
Ritos, doctrinas, creencias, religiones, penitencias, normas, mandatos… podríamos seguir días enteros hablando de cada una de nuestras invenciones mientras seguimos viviendo en la oscuridad, y lo peor de todo ¡Sin querer disfrutar de la luz! Algunos imponen a otros sus ideas bajo la ridícula autoridad de que todos deben ser tan ciegos como lo son ellos. ¡Y todos juntos viven “felices” en el hoyo en el que caen, tal como Jesús dijo, pensando que los desgraciados son los que no disfrutan de las mismas miserias que ellos!
La historia termina con una frase simple: “Y lo echaron de la sinagoga” ¡Ahí está! Se quedaron tan felices de que un ciego de nacimiento, que ahora podía ver por un milagro de Dios, jamás pudiera volver a juntarse con ellos. ¡Ese era su castigo!
Nuestro amigo, ciego de nacimiento, siguió su vida recorriendo mundo y disfrutando de la luz de Dios. Abrazando a sus amigos y a su familia; al mismo tiempo que veía un amanecer, una puesta de sol o el feliz juego de los niños con sus mascotas. ¡Nadie tan contento como él! “¡Antes era ciego y ahora veo!”
Eso sí, todavía no le dejan entrar en la sinagoga.
Devocional de Jaime Fernández, escritor de libros como Compasión y colaborador en los nuevos Evangelios de Juan que estamos ofreciendo como material de evangelismo.