«Sea quitada de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritos, maledicencia, así como toda malicia. Sed más bien amables unos con otros.» Efesios 4:31-32
En la Biblia hay pocas instrucciones sobre cosas específicas, y nos quejamos. Cuando nos encontramos frente a un dilema moral o vital a veces pensamos que sería mucho más fácil acudir al manual de instrucciones y obedecer cada una de las reglas para estar seguros de que no nos hemos equivocado y que el resultado será positivo. De hecho, no caemos en que esas instrucciones ya existieron durante un tiempo: son la ley mosaica, y se explica con todo lujo de detalles a lo largo de Levítico. Sin embargo, el resto de la Biblia es un relato detallado de cómo ni siquiera con un manual de instrucciones pudimos hacerlo bien. El pueblo de Israel fracasó, incapaz de cumplir esa ley.
Ahora, en el otro lado de la historia, incluso después de Cristo seguimos pensando igual que el pueblo de Israel, que siguiendo las instrucciones, el método, tendremos el éxito asegurado. Y así muchas teologías y denominaciones han tomado la Biblia y han destilado una nueva ley, a imagen de la ley mosaica, llena de preceptos, detalles e instrucciones morales. Sin embargo, tampoco funciona.
Podemos esforzarnos por actuar siempre sin amargura, apartando cualquier enfado, cualquier grito, rechazando cualquier necesidad de acordarnos de la parentela de quien nos agravia. Podemos cometer el error de pensar que hacer esto es una cuestión de moral cristiana, y que la moral cristiana es nuestro deber. Pero lo que dice el versículo en su contexto es que no es así: es una cuestión de aprender a vivir en el Espíritu, contando con él en cada una de las áreas de nuestra vida. Ese χρηστοί que se traduce como “amables” tiene un significado mucho más profundo, uno atravesado por las cualidades del fruto del Espíritu que Pablo describe en Gálatas: honrados, virtuosos, valientes, fieles, felices, serviciales, benévolos, compasivos. ¿Quién puede ser todas esas cosas por sus propios medios si el amor de Dios, por medio del Espíritu, no habita en él?
La moral no vale de nada si no hay amor, y el amor nos lo da Dios. Debemos entender, pues, que lo que el versículo nos está señalando es el camino contrario al que nosotros queremos tomar: no es por medio de la moral que conseguiremos resolver positivamente nuestros dilemas e interacciones y llegar al amor, sino que por medio del amor que el Espíritu Santo nos inspira podemos alcanzar esa rectitud moral.
Si lo miramos como una cuestión moral, lo veremos como una obligación, una imposición y una carga. Si lo vemos como una cuestión de dejar que la vida del Espíritu crezca en nosotros, comprenderemos lo fácil que es amar, ser fieles, felices y benévolos unos con otros, y alejarnos de la amargura y el enfado.
No es una obligación, sino un regalo.
Tema de oración: que aprendamos a alejarnos de los métodos y a buscar una relación real y constantemente cambiante con Dios.
Noa Alarcón escribe en “Preferiría no hacerlo” de Protestante Digital y hoy recomienda el libro «El Arte no Necesita Justificación», del escritor Hans R. Rookmaaker
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