¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? (1 Juan 5:5)
Dicen los expertos que la primera carta de Juan es básicamente un test, un examen o una prueba para que el lector sea capaz de evaluar su condición como cristiano. Frente a los obstáculos de la propia incredulidad, la hostilidad del diablo y la oposición del mundo, los cristianos debemos resistir y, eventualmente, ser proclamados como vencedores. No puede ser de otra manera si la fe que profesamos está fundamentada en aquel que dijo: “Confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).
Sin duda, la vida cristiana fluye de la vida, obra y persona de Cristo Jesús. Se trata de creer en él. Pero creer no es solamente una acción puntual, sino continuada en la vida del creyente. Creímos un día, para continuar creyendo -día a día- el resto de nuestras vidas. Por eso es tan importante el test de 1 Juan, porque la fe cristiana no es una carrera de velocidad, sino más bien una carrera de larga distancia y de resistencia.
Esta carrera de la vida cristiana está llena de obstáculos, retos y dificultades que ponen a prueba la autenticidad de nuestra fe. En algunos casos vencer al mundo significará renunciar a cosas que, en principio, nos pueden parecer irrenunciables. En otros casos podrá tener el amargo sabor de una derrota e incluso podría significar la muerte. Pero en una cultura en la que se idolatra el éxito, es importante entender que la victoria no está en aquello que nosotros podamos lograr, sino en lo que Jesús logró por nosotros; y de qué manera lo hizo.
En los evangelios leemos que Jesús vino para servir, no para ser servido; no vino a reclamar para sí sino a darse a sí mismo. En definitiva, no vino a vivir sino a morir y, de esta, manera salvar al mundo.
Como alguien dijo en una ocasión, si tuviéramos que evaluar con notas el éxito del ministerio público de Jesús, seguramente no le daríamos ni un aprobado. A pesar de que en algún momento llegó a reunir a una gran multitud de gente a su alrededor, al final sólo le siguió un reducido grupo de gente humilde, entre los que destacaban unos pescadores y alguna que otra persona de dudosa reputación.
En muy poco tiempo, Jesús pasó de la popularidad inicial a la soledad más absoluta. Sin embargo, el “fracaso” de su ministerio, fue realmente la base sobre la que se fundamenta la victoria que nosotros ahora disfrutamos. Una victoria que, en definitiva, nos libra de la cultura del éxito y nos permite renunciar a todo. Pues en cualquier caso, incluso en la muerte, “somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (Romanos 8:37).
“Te damos gracias, Señor, por la victoria que Cristo obtuvo por nosotros en la cruz. Una victoria que nos permite vivir libres en medio de una cultura que idolatra el éxito. Que nuestra fuerza y seguridad en la lucha diaria por preservar nuestra identidad como cristianos en el mundo venga de saber y creer que Jesús es el Hijo de Dios.”
Reflexión enviada por Xavier Memba, Pastor Església Ciutat Nova CN22@ Barcelona
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