Esta es la segunda entrega de «Tres lecciones del Salmo 23». Si te has perdido la primera parte, la puedes leer aquí: El descanso.
«Junto a aguas de reposo me pastoreará» (Salmo 23:2).
En su libro ¡El bien me seguirá!, Bill Popejoy señala que quizá hemos comprendido mal este texto del Salmo 23. En ningún momento se habla de que las ovejas beban agua, aunque se infiere. No nos señala un manantial que corre, aunque así se ilustra. Las aguas de reposo son aguas estancadas, quietas e inmóviles.
¿En qué pensamos cuando nos detenemos frente a un lago o un charco cuyas aguas no se mueven? Popejoy escribe:
«Las aguas en reposo forman un espejo y cuando nos situamos junto a ellas ¡podemos vernos a nosotros mismos!»
No todo es miel con hojuelas cuando estás postrado en cama o enfrentando una prueba. Cuando, por ejemplo, perdemos el trabajo que nos define, vienen las dudas y los vacíos. ¿Quiénes somos? ¿Qué debemos hacer o no hacer? Entonces, en ese forzado reposo, inclinamos la cabeza hacia esas aguas tranquilas y vemos nuestro reflejo. No es hermoso y placentero, sino inquietante y un tanto deprimente.
«Cuando uno se sitúa junto a las aguas de reposo, se ve uno a sí mismo, teniendo el cielo como trasfondo».
Y una mirada a las nubes aborregadas y al cielo azul intenso nos recuerda que somos «feos». Como Popejoy describe, pasamos tanto tiempo comiendo y pastando en los campos verdes que engordamos y descuidamos lo importante. Hemos estado viviendo para nosotros mismos ¡y se nota!
Quizá estamos participando en la misión del Reino y contribuyendo de muchas maneras a sembrar la semilla y animar a la Iglesia, pero en el fondo de nuestro ser se empieza a percibir una sequía real, una aridez producto de estar tan ocupados que no hay tiempo para «ser». ¿Ser qué? Ser ovejas.
El cantautor y poeta Santiago Benavides compuso un canto que mis hijos repiten con sonrisas: «Yo soy una oveja. Dios me hizo oveja. Y aunque luego duela Él me quiere así…»
«No se le ocurra siquiera la idea de que usted es una persona muy inteligente, ni dependa de su propia fortaleza», nos advierte Popejoy. Nos agrada sentirnos importantes, indispensables e invencibles. Pero el espejo no miente. Somos ovejas que, sin un pastor, no logran nada. Sin el pastor no podemos comer, ni defendernos, ni subsistir. Entonces, ¿de dónde viene la satisfacción?
Benavides concluye: «Pero estoy feliz de saber por fin quién soy y porqué estoy aquí». Somos sencillamente ovejas que necesitan un pastor.
(Continúa aquí: La renovación – 3)
— Devocional escrito por Keila Ochoa Harris, autora de más de veinte libros. Conecta con ella en Instagram.
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