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Creemos en un Dios accesible, cercano | Preevangelismo IV

Preevangelismo 4

Seguimos con la serie de artículos sobre «preevangelismo» que comparte Jaime Fernández Garrido:

“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar el evangelio a los pobres. Me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos, y la recuperación de la vista a los ciegos; para poner en libertad a los oprimidos; para proclamar el año favorable del Señor. Cerrando el libro, lo devolvió al asistente y se sentó; y los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en El. Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura que habéis oído” Lucas 4:16-21

  • Creemos en un Dios accesible.

Era accesible y vivió muy cerca de la gente. Lo suficiente como para no proteger su prestigio ni preocuparse por su posición. Nosotros vivimos angustiados por lo que la gente piensa o por problemas de autoestima, el Señor se lanzó al ministerio vestido con la fuerza y la belleza de la juventud. Y vivió de esa manera cada minuto de su vida, rodeándose de hombres y mujeres con las mismas características. Esa fue la imagen que dejó entre nosotros.

Cualquier otra fotografía suya en la que aparezca serio y solemne, demasiado trascendental y hasta un poco fúnebre en su porte, llevando consigo la intransigencia de una sabiduría adquirida en el paso de los años y el dolor de muchos desengaños, no es más que una invención humana. Contrariamente a lo que muchos de sus seguidores aparentan, a El no se le vio intransigente ni serio, no vivió alejado ni distante.

Todavía nos cuesta creer que disfrutar de una vida abundante es algo más que una declaración de buenas intenciones o una frase bonita que se dice para que la gente se sienta atraída. Dios vino a la tierra no sólo a darnos esa vida, sino también para enseñarnos a vivir así. El Señor vino para estar cerca de nosotros. Y no lo hizo como una obligación, sino brillando de gozo.

“Ha venido el Hijo del Hombre, que come y bebe, y decís: «Mirad, un hombre glotón y bebedor de vino, amigo de recaudadores de impuestos y de pecadores.» Lucas 7:34

Ninguno de nosotros dejaría que nos llamaran “comilones y bebedores”. Ni siquiera en el buen sentido de la frase. No conozco a ningún líder espiritual o seguidor del Maestro que quiera que se le conozca de esa manera. Nos duele mucho lo que la gente dice de nosotros, y nos importa demasiado nuestra apariencia y nuestra fama. Jamás nos hubiéramos presentado así como El hizo.

Afortunadamente el Señor Jesús es diferente. Pasó casi toda su vida en medio de lo que los religiosos de su tiempo llamaban “malas compañías”. A la gente le gustaba estar con Jesús y escucharlo. Los pecadores pasaban horas enteras con Él, los que aparentemente sabían menos disfrutaban oyendo al Maestro en cualquier situación. Aunque a veces no le entendían, el gozo del Maestro llegó siempre mucho más allá de lo que nadie pudiera expresar con palabras.

«Las religiones y sus normas nos llevan a la tristeza, el cristianismo es una fiesta.»

No hay nada más anticristiano que la tristeza absoluta. Una vez alguien dijo que un cristiano triste es un triste cristiano. ¿Cómo es posible que los que siguen al que resucitó de entre los muertos no lleven la vida en su rostro? ¿Un cristiano aburrido? ¿Alguien a quién se le hace pesado orar? ¿Leer la Biblia? ¿Hablar del evangelio? ¿Dar a conocer al que es la fuente de la libertad, el gozo y la plenitud de vida?

Es curioso que en la mayoría de los medios de comunicación, los cristianos casi siempre son presentados como gente seria y se considera que una vida santa es algo desagradable. Nada más lejos del carácter de Jesús. Nada más lejano a su comportamiento y a las expresiones de alegría que siguieron cada ciudad que El visitaba, con cientos de vidas transformadas, llenas de gozo, exultantes de gratitud y alabanza a Dios por lo que El estaba haciendo.

Esa es la clave del evangelio, sentirse amado por Dios es saber que El nos conoce profundamente y que no nos abandona jamás, que nos quiere, que disfruta en nuestra presencia, que se alegra cada vez que nos acercamos a El y le abrazamos con todo nuestro corazón.

¿Cómo puede alguien saber que Dios le ama y no ser feliz? Muchos han querido crear un dios a su propia imagen. Muchos artistas y escritores pintaron un Mesías triste. Todos los que desconocen el evangelio han intentado ver en el Salvador la seria trascendencia del que viene a realizar una obra de la que depende el mundo entero. Jesús no vivió así. Sabía cual era su obra. Vino a cumplir la voluntad del Padre, y en esa voluntad estaba implícito el sufrimiento, la soledad y la muerte, pero el Señor Jesús era joven, alegre y desbordante en su vida.

Hay una cosa que siempre me llamó la atención desde niño, y es el hecho de que muchos hombres y mujeres de Dios son excelentes contadores de “chistes”, historias que nos hacen reír. Desde que era niño crecí comiendo en casa de mis padres con todo tipo de predicadores, evangelistas, maestros, y la gran mayoría de ellos eran gente con un gran sentido del humor. Le doy gracias a Dios por mis padres, porque al abrir nuestra casa a todos los que predicaban en la Iglesia, aprendí que Dios es el ser más maravilloso y emocionante que existe. El creó el sentido del humor. El puso en nosotros la risa. Y lo contrario del gozo, no es tanto la tristeza sino la incredulidad. Cuando uno desconfía de Dios, la tristeza invade la vida.

Cuando descansamos en el Señor, el sentido del humor aparece, aunque tengamos que pasar por situaciones que no entendemos. No vivimos preocupados si de verdad conocemos a Dios. Todo lo que ocurre está debajo de sus manos y su control, y esta sensación de que “El gobierna todo” es lo que da confianza a nuestra vida.

Por eso el humor viene de la fe y la confianza en Dios. Por eso cuanto más nos acercamos a Dios, más aprendemos a tener gozo y sonreír. Aprendemos a no olvidarnos que hay algo que es mucho más profundo que las lágrimas, y es el control y la fidelidad de Dios en todas las cosas.

¿Sabes? Todos terminamos pareciéndonos a las personas a las que amamos. Las características que dejamos traslucir en nuestra vida es porque las admiramos en otros: a veces cercanos, a veces tan lejanos como nuestros propios “ídolos”. Con el Señor Jesús nos pasa lo mismo: Cuanto más le amamos, más felices somos, más despreocupados vivimos, más nos impresionan las pequeñas cosas y menos nos influyen las grandes decisiones de estado.

Hasta aquí el cuarto artículo sobre preevangelismo. Publicaremos el siguiente la próxima semana.
Y tú, ¿Qué piensas del preevangelismo? ¿Estás de acuerdo con lo que has leído? Nos gustaría saber tu opinión.

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