El profeta Nahúm vivió muchos siglos antes de Cristo. Él levantó su voz para anunciar tres verdades consoladoras: la bondad de Dios, el auxilio de Dios y el conocimiento de Dios: “Jehová es bueno, fortaleza en el día de la angustia; y conoce a los que en él confían” (Nahum 1:7).
La bondad de Dios es el ancla de nuestra esperanza. “El Señor es bueno…”. Dios es bueno, esencialmente bueno. En su bondad Él nos da lo que no merecemos. Nada merecemos, y Él nos da todo. Hace brillar el sol sobre los malos y hace caer su lluvia aún sobre los que se burlan de la providencia.
Su gracia común se extiende sobre impíos y piadosos, arrogantes y humildes, ricos y pobres. La tierra está llena de su bondad. Las obras de la creación y las acciones de su providencia reflejan su generosa bondad. Él nos da vida y preserva nuestra salud. Nos da el pan de cada día y nos da placer para saborearlo. Él nos da la familia y nos alegra el corazón con el banquete del amor.
Pero la bondad de Dios puede ser vista en su pleno fulgor por medio de su gracia especial. Jesús es el don supremo de la bondad de Dios y la salvación que Él nos trajo, su dádiva más excelente. Porque Dios es bueno, podemos navegar seguros, aun por los mares encrespados de la vida.
Devocional del libro “Gotas de Consuelo para el Alma” escrito por Hernandes Dias Lopes. Publicado con permiso de Clie.es.