«Tuya es, oh Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor; porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas.» 1º Crónicas 29:11.
El rey David amaba a Dios y quería edificarle un templo, una morada visible en la tierra, en medio de su pueblo. Pero el Señor le dijo que él no era la persona indicada, puesto que era hombre de guerra y había derramado mucha sangre.
David, sin embargo, conocía quién era su Dios, y con el corazón lleno de humildad, gratitud y alegría, y deseoso de hacer un sacrificio de adoración, preparó de todos modos los materiales necesarios, y animó al pueblo a hacer lo mismo. Así juntó oro, plata, materiales de calidad, todo lo que requeriría la construcción de un templo digno del Señor de los cielos y la tierra.
Las palabras de David en el texto que nos ocupa son una declaración impresionante acerca de Dios… pero vemos que se le quedan cortas. Por eso, en su oración, emplea los conceptos más gloriosos y magníficos que encuentra para describir con el máximo honor a su Señor.
¿Cómo podía conocer David a un Dios que, en principio, es invisible? ¿Cómo podía saber de sus atributos infinitos? Por las huellas que de Él descubría en la naturaleza, por su intervención en la historia humana, por su experiencia íntima y personal, y por lo que ese Dios había revelado sobre sí mismo y había tenido interés en que quedara escrito.
Por supuesto que un templo hecho por manos humanas jamás podría emular la morada eterna del Dios vivo y verdadero: todo el esplendor y majestuosidad del edificio apenas serían un pálido reflejo de la realidad original. Pero el deseo de David era honrar de una manera digna a su Señor. Y ésa es la actitud: David ofrendó de lo que tenía con generosidad, y el pueblo también, voluntariamente y con alegría.
Cuando somos conscientes de quién es ese Dios de cielos y tierra, a quien pertenece toda la gloria y todo lo creado, nuestro acercamiento tiene que ser con humildad y gratitud, pues no somos dignos de Él y, sin embargo, no sólo se interesa por nosotros, sino que nos ama. ¡Y esto es asombroso! ¿Por qué debería amarnos un Dios así? A veces damos por sentadas demasiadas cosas…
Estamos estrenando un año, y lo que tenemos garantizado es la batalla diaria de la vida. Este Dios que nos ama nos quiere cerca y nos espera con los brazos abiertos. Y quiere acompañarnos en nuestro caminar. Y la victoria es suya.
Tema de oración: Acerquémonos a Dios con corazón humilde y alegre, entreguemos nuestra vida en sus manos, y roguemos que nos conceda la victoria en nuestra vida.
Devocional escrito por Febe Jorda, pedagoga y autora de “La llave” y “Los papeles del abuelo” y escribe en Protestante Digital. Febe recomienda el libro: “El Despertar de la Gracia”, de Charles Swindoll
¿Te gustan los devocionales diarios que publicamos? ¡Ayúdanos compartiéndolos para que lleguen a más personas!