Un padre y su hijo viajaban en coche con las ventanas bajadas cuando entró un abejorro. El niño, que era alérgico y podía morir por una simple picadura, se quedó petrificado.
Pegando volantazos, el padre consiguió atrapar y estrujar al abejorro en un puño.
Pero de repente lo volvió a abrir, y el abejorro voló de nuevo por el coche. El niño se puso histérico.
—¡No, Papá! ¡El abejorro!
Su padre extendió la mano.
—¡Hijo, ya está! Mira, ¿ves? El aguijón lo tengo yo en la palma de la mano. Ya no tienes que tener miedo. La picadura la he sufrido yo por ti.
Nosotros también viajamos por la vida amenazados, la muerte zumbando cerca, expuestos a que nos pique en cualquier momento y llegue el fin.
Algunos subimos la música para distraernos; otros gritamos y luchamos contra ella; otros la observamos con filosofía.
Mientras tanto, Jesús de Nazaret extendió los brazos, abrió sus manos y se ofreció como blanco.
—A mí —dijo—. Aquí.
El aguijón del pecado y de la muerte se clavó en Él. Su veneno acabó con Él, como expresa una oración de El valle de la visión:
Guíame hasta la cruz y muéstrame sus heridas…
Que allí vea mis pecados como los clavos que lo traspasaron,
las cuerdas que lo ataron,
las espinas que lo desgarraron,
la lanza que lo atravesó.
Ayúdame a encontrar en su muerte la realidad y la inmensidad de su amor.
El «consumado es» de Jesús en la cruz es el «¡ya está!» del papá en el coche. Misión cumplida. Hecho está. Jesús pagó el dolor y el juicio de nuestro mal.
¿Y qué mostró Jesús al resucitar? Sus manos clavadas — para los que dudábamos de su identidad, de sus intenciones o de nuestra seguridad.
—¡Mira! —nos dice—. El aguijón lo tengo yo en la palma de la mano. Ya no tienes que tener miedo. La picadura la he sufrido yo por ti.
Viajamos por la vida, la muerte zumbando cerca. Pero para los que responden como el discípulo Tomás ante las manos heridas — «¡mi Señor y mi Dios!» — ya no hay aguijón que amenace.
«»¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?» El aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado es la ley. ¡Pero gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!» (1 Corintios 15:55-57).
— Devocional de Lisi Clark, colaboradora de Librería Abba.