«… fuisteis rescatados… con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación.» 1 Pedro 18:19
Nuestra redención no fue una decisión de última hora. Aún antes de echar los fundamentos de la tierra, esparcir las estrellas en el firmamento y crear el vasto universo, Dios ya había puesto su corazón en ti. El amor de Dios por ti es eterno, inmutable y sacrificial. El precio por tu rescate fue la sangre de Cristo, el Cordero inmaculado de Dios. La muerte de Cristo en la cruz fue la mayor misión de rescate del mundo. Ese rescate no fue pagado al diablo, sino al mismo Dios.
El Señor vindicó su propia justicia violada y proveyó el sacrificio sustituto para que pudiéramos ser librados del cautiverio de la esclavitud. Dios nos redimió no mediante oro o plata (metales preciosos). Él nos rescató por la preciosa sangre de Cristo, el Cordero sin defecto y sin mácula. Dios dio todo para rescatarnos. Dio a su Hijo. Se dio a sí mismo.
Normalmente pensamos en Dios primero como Creador y después como Redentor. Pero Pedro nos presenta a Dios primero como Redentor, después como Creador: “ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros” (v. 20). Dios pagó el más alto precio por ti, el precio de sangre, sangre de su Hijo. Por tanto, tú tienes un alto valor para Dios.
Él invirtió todo para tenerte, a fin de que tú te deleites en Él.
Devocional del libro “Gotas de Consuelo para el Alma” escrito por Hernandes Dias Lopes. Publicado con permiso de Clie.es