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George Whitefield: Vida y curiosidades del predicador superestrella

Banner en tonos azules oscuros con retrato en blanco y negro de George Whitefield en círculo

Los periódicos del siglo XVIII llamaban «la maravilla de la época» a este cura anglicano bizco. Como primera celebridad moderna transatlántica, sus dramáticos sermones catalizaron el Gran Despertar.


Puntos claves de la biografía de George Whitefield, 1714-1770


Movilizaba tanto público que pocos edificios podían albergar sus eventos. Dirigiéndose a una gran explanada más propia de un festival, alguien lo paró: «Por favor, cuídese: tiene más pinta de necesitar una cama que de ponerse a predicar».

El cura anglicano de 55 años asintió. Pero, aunque ya había predicado a unos diez millones de personas en más de dieciocho mil ocasiones, oró pidiéndole a Dios una oportunidad más. Acto seguido, se subió a un barril y expuso el evangelio ante un público récord de 23.000 en Boston (EE. UU.)

Por la noche en casa de unos amigos, tras hablar hasta gastar las velas, se extinguiría la luz de su vida. George Whitefield, el nombre en boca de todos los colonos, había fallecido el 30 de septiembre de 1770.

En Georgia, donde dirigía un orfanato, se agotó la tela negra por el número de personas de luto por él. Miles acudieron a su entierro en Massachusetts, y el aclamado John Wesley predicó en su culto memorial en Londres.

Infancia y juventud de Whitefield

El predicador que se pasó la vida viajando —trece viajes transatlánticos, casi impensable en aquella época— se crio en una posada en Gloucester, Inglaterra, observando a viajeros y prestando especial atención al mundo del teatro. Nacido en diciembre de 1714, el séptimo hijo de Thomas y Elizabeth Whitefield se quedó huérfano de padre a los dos años.

«Dios me tiene para algo que todavía no sabemos», Whitefield le declaró a su hermana un día mientras le leía una obra de teatro. Sus dotes oratorias eran obvias, pero su hermana le miró incrédula. ¿Dios podía tener en su punto de mira a este mozo mentiroso, mal hablado y amigo de lo ajeno?

Whitefield abandonó los estudios con quince años para trabajar, pero tras descubrir la beca servitor de la Universidad de Oxford, se matriculó en Pembroke College en 1732. Estudiaría gratis como criado de los estudiantes de pago.

edificio de Pembroke College de la Universidad de Oxford donde estudio George Whitefield

Whitefield se acogió a una beca de servicio para poder estudiar en la facultad de Pembroke en la Universidad de Oxford. / Wikimedia Commons

Sed espiritual

En Oxford, Whitefield se tomó en serio su vida religiosa, orando y ayunando. Fijándose en su constancia, el compositor de himnos Charles Wesley le invitó a unirse al Club Santo, el germen del metodismo.

Aunque ninguno conocía a Cristo todavía, los devotos integrantes del Club se recomendaban libros como Un serio llamado de William Law o La vida de Dios en el alma del hombre de Henry Scougal. Con este último Whitefield se dio cuenta de que «necesitaba nacer de nuevo o perecer».

Tras una intensa búsqueda espiritual y siete semanas enfermo en 1735, Whitefield sufrió una sed insaciable, y recordando a Cristo en la cruz, gritó: «¡Tengo sed!». Por primera vez clamaba genuinamente por ayuda, aferrándose a Jesús con una fe viva. Escribió:

Con qué alegría, gozo inefable… mi alma se llenó cuando el peso del pecado se apagó, y una sensación permanente del amor de Dios entró en mi alma desconsolada.

Whitefield empezó a compartir ese amor de Dios con todo el que escuchara.

Del púlpito al aire libre

Tras licenciarse en Humanidades y ser ordenado diácono en 1736, Whitefield predicó en muchas iglesias anglicanas. A pesar de las burlas iniciales del «niño párroco», se abarrotaba más y más público para escucharle. Pero en 1737 se marchó a Georgia, siguiendo las pisadas de los Wesleys. Al volver en 1739, fue ordenado sacerdote, pero le empezaron a cancelar por «fanático». Gracias a esta limitación, cambiaría el curso de la historia con la predicación al aire libre.

Whitefield visitó la región minera de Bristol, donde se decía que estaba la peor calaña del país. Tras mucha oración, se subió a una colina a compartir el evangelio. Unos doscientos mineros le escucharon atentos. A la siguiente predicación asistieron varios miles.

Ilustración IA de George Whitefield con sotana negra y peluca blanca predicando a las afueras de las minas de Bristol en el siglo XVIII

Tras escuchar que quería ser misionero en lugares lejanos, alguien retó a Whitefield a que alcanzara lo peor de su propio país, los mineros de Bristol. / Imagen IA

Para Whitefield, no hubo vuelta atrás. Los campos estaban listos para la cosecha. Ahora predicaba en cualquier lado —algo radical en su día— sobre todo a los que jamás entrarían en una iglesia. Aparte de la gente más humilde, se acercó la nobleza, como Selina Hastings, la condesa de Huntingdon, que financió muchos proyectos metodistas y le nombró su capellán.

Whitefield unió fuerzas con el recién convertido John Wesley. Aunque Whitefield fue el primer presidente de la conferencia metodista, daría paso a Wesley porque quería volver a Georgia.

Una celebridad americana

Rumbo a Georgia en 1739, Whitefield visitó Nueva York y Filadelfia. El inventor Benjamin Franklin describió fascinado su oratoria (dijo que era como escuchar «una excelente pieza musical») y el efecto del evangelio en la sociedad. Aunque Franklin no abrazó el evangelio, forjaron una amistad que duró toda la vida.

Además de construirle un auditorio que se incorporaría a la Universidad de Pennsylvania, Franklin fue uno de sus editores, pues Whitefield se puede considerar el padre de los medios evangélicos. Tuvo publicista, viajaba con cajas de libros, organizó avanzadillas con folletos, se comunicó con los periódicos y, aunque en principio reticente, permitió que se imprimieran sus diarios y sermones.

Ilustración del interior de la imprenta de Benjamin Franklin con tres trabajadores al tajo con sus máquinas

El inventor estadounidense Benjamin Franklin fue amigo de Whitefield y uno de sus editores. / Wikimedia Commons

La esencia de su predicación

Pero Whitefield sabía que sus escritos no eran tan potentes como su proclamación. En cierta ocasión cuando le pidieron una copia del sermón para publicarla, reconoció: «No tengo problema en dársela, con tal de que publiquen los relámpagos, los truenos y el arco iris que lo acompañan» (Lloyd-Jones, p. 188).

La bomba de Whitefield no era la teología novedosa —era anglicano hasta la médula— pero sí un estilo que rompía el corsé de la aridez y la monotonía. Las colonias americanas resultaron el escenario perfecto. Aparte de su doctrina, el teólogo J. C. Ryle destaca:

un estilo simple y lúcido, sumado a una audacia, franqueza, sinceridad y fervor, junto a su capacidad de descripción y representación visual, la intensidad de emoción y sentimiento, junto con una voz y una retórica perfecta y un perfecto manejo de la palabra hablada. (p. 44)

Cuadro de Thomas Walley de George Whitefield predicando en el campo rodeado de multitudes en Bolton en junio de 1750

El pintor Thomas Walley reprodujo la escena de Whitefield predicando en Bolton, Inglaterra, en junio de 1750. / Bolton Library & Museum Services, Bolton Council

El actor más famoso de su tiempo, David Garrick, dijo que pagaría por pronunciar la palabra «oh» como lo hacía Whitefield. Tanto influyó su discurso en Norteamérica que los políticos imitaron su apelación a la voluntad del individuo al dar forma a la Revolución estadounidense.

¿Y lo sobrenatural —esos relámpagos, truenos y arco iris? Un amigo predicador más intelectual comentó una vez que a nivel de construcción, el sermón de Whitefield había sido «muy deficiente», pero la unción, impresionante. Whitefield, aunque doctrinalmente conservador, estaba muy abierto al papel del Espíritu Santo en su vida y predicación. Predicaba compungido, casi siempre llorando.

Sus sermones estaban llenos de vida y fuego. Continúa Ryle:

No había forma de escapar… Era prácticamente imposible dormir después de escucharlos… Había una violencia santa en torno a él. Captaba su atención como si se tratara de una tormenta.

¿El resultado? Un oyente lo resumió así: «Fui a escucharle con la intención de romperle la cabeza, pero el sermón me ganó: rompió mi corazón».

El Gran Despertar

El año siguiente, 1740, aparte de establecer su orfanato en Georgia, Bethesda, la primera ONG en América, Whitefield predicó cada vez que tuvo oportunidad. Era un carro imparable:

En un año, Whitefield viajó 5.000 millas a través de Estados Unidos, predicando más de 350 veces mientras cruzaba la nación de norte a sur… En 15 meses, nada menos que una cuarta parte del país había escuchado su mensaje.

Fuera donde fuera, los públicos se contaban por millares. Más de una vez la audiencia superó la población local.

Whitefield se adentró en Nueva Inglaterra, territorio del teólogo Jonathan Edwards con el que trabó amistad. Aunque al reservado Edwards le disgustaba que apelara a las emociones y exigiera conversiones, lloraba escuchándole.

Pero Whitefield, abiertamente crítico de católicos, anglicanos y todo el que no aceptara el nuevo nacimiento, también acumulaba enemigos que denigraban al «predicador vagabundo». La controversia norteamericana se centraría entre Nuevas y Viejas Luces (pro y contra avivamiento). Y al volver a Inglaterra en 1741, le esperaba un trago aún más amargo: la disputa pública con Wesley sobre el calvinismo y la división consecuente. Se desató una oleada de oposición. Whitefield recibió amenazas de muerte y sufrió apedreamientos, un intento de homicidio y hostigamiento durante sus predicaciones, desde intentos de orinarle encima a arrojarle gatos muertos.

Publicación y cómic de periódico satírico contra George Whitefield

En esta publicación de 1763 se burlaban del metodismo y en concreto de la predicación de Whitefield. «Dr. Squintum» alude a su estrabismo. / Wikimedia Commons

Matrimonio y familia

Ese año, Whitefield aceptó un apaño matrimonial con Elizabeth James, una viuda que estaba enamorada de un amigo suyo. Cuatro párrocos se negaron a casarlos porque consideraban que no se conocían lo suficiente. La tragedia marcó su relación con largas separaciones, cuatro abortos espontáneos y la muerte de su único hijo a los cuatro meses.

Prefirió desgastarse a oxidarse

Aunque Whitefield plantó tres iglesias, lo suyo era echarse a la carretera. Su gira por Escocia en 1742 superaría con creces el avivamiento norteamericano. En Gales también hubo muchísimo fruto, dando pie a que Whitefield fundara allí la rama calvinista del movimiento metodista en 1743. Aun con la muerte de su hijo y sus achaques de salud, Whitefield siguió predicando, volviendo a las colonias entre 1745-48.

Tristemente el mismo hombre que rompió moldes incluyendo a los afroamericanos en su invitación al evangelio, defendiendo su educación y lamentando su maltrato, quiso financiar su orfanato con plantaciones cuando la esclavitud en Georgia era ilegal. Como resume el escritor Mark Galli: «Como evangelista, Whitefield fue extraordinario y poco convencional. Lamentablemente, sus opiniones sobre la esclavitud fueron convencionales y corrientes».

De aquí en adelante la vida de Whitefield es un atropello de fechas y ciudades. Su jornada arrancaba con lecturas a las 4 de la mañana para después predicar a partir de las 5 o 6 de la mañana. A menudo predicaba más de doce sermones por semana, echando de cuarenta a cincuenta horas en el púlpito.

A medida que amainó la persecución, aumentaron sus rachas de mala salud y las medidas para paliarla. La constante fue su popularidad. Tras la muerte de su esposa en 1768, ayudó a abrir una escuela teológica en Trefeca, Gales, y realizó su último viaje a las colonias. El carro, que ya venía avisando, se paró en seco ese septiembre de 1770.

Ilustración de complejo de edificios del siglo XVIII en medio de la campiña galesa, la escuela teológica de Trefeca Gales

En Gales, el impacto de Whitefield había sido notable, por lo que ayudó a establecer una escuela teológica en Trefeca. / Wikimedia Commons

La vida de Whitefield se había extinguido, pero no sin antes esparcir la luz del evangelio por todo el mundo anglosajón. Aunque no buscó perpetuidad con una denominación a su nombre, fue venerado durante generaciones. Y aunque ahora se recuerde menos, la esencia de su predicación sobrevivió y floreció. Ese avivamiento dramático, apasionado, vivencial, internacional, interdenominacional y mediático serviría de puente entre el puritanismo y el movimiento misionero evangélico:

Lo supieran o no, generaciones de predicadores… siguieron un camino abierto por primera vez por George Whitefield. (Harry S. Stout)


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