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Hay esperanza cuando todo está perdido – J.M. Sancho

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«Tu misericordia, oh Jehová, es para siempre; no desampares la obra de tus manos.» Salmo 138:8

Al meditar sobre este versículo me viene a la mente la parábola del hijo pródigo. El padre siempre deseando el regreso del hijo que se fue. El hijo quizás pensando cómo volver a él después de tenerlo tan claro. ¿Cómo explicar, cómo hacer entender a su padre que fue ese deseo absurdo de independencia, de hacer lo que quisiera, de no dar cuentas a nadie? ¿Cómo explicarle que le engañaron, que estaba equivocado?

Muchos pensamientos pasaron por su mente: quizás su padre no le aceptaría ni siquiera como un jornalero, ¿Qué diría su hermano? ¿le daría una oportunidad?: “Mi padre es posible que me perdone pero ¿mi hermano? No creo que quiera compartir el amor de papá.

Toda una batalla en la mente para una mente ya atormentada, pero ¿qué podía perder? no tenía nada. ¿Qué podía ganar? : TODO.

Emprendió el camino de regreso a casa ensayando una y mil veces que le diría. Ni siquiera él se perdonaba. ¿Cómo fui tan necio? ¿Cómo me dejé engañar tan fácil? Nadie da mucho por nada, le decían de pequeño. Pero no se percató de que pudiera ser engaño lo que parecía real.

Promesas y más promesas para luego nada. Amistades que crecieron de repente y se fueron cuando no había que darles.

Cuando vio a su padre a lo lejos le entro pánico. Cuando él le vio echo a correr y le abrazo y le preparó una fiesta. NO LE DEJÓ DECIR NADA.

Hace 9 años yo estaba así: tan mal ¡en depresión! Tan lejos de mi Padre a pesar de estar calentando una silla en una iglesia durante 30 años. ¿Quizás podría arreglarse todo lo que estaba roto? ¿Valdría algo para Dios? ¿Tendría algún valor? Aún recuerdo aquella oración: Si valgo algo para Ti despiértame.

Mi despertador sonaba a las 5. A partir de esa oración un día me desperté a las 3,30. Enseguida me percaté de que era Él quien me despertaba. Había corrido a mi encuentro. A partir de aquel día Él fue mi amigo. Pasé de ser un independiente a depender de Él. Ya no era sólo Mi Padre era MI AMIGO.

Por años estuve yendo a la cárcel a predicar cada miércoles. Volví a ir. Empecé cada quince días los domingos pero Él me dijo:”ve los martes cada semana”. No iba solo. Él conmigo.

Y empecé a ver sus milagros porque aquellos que creían que lo tenían todo perdido entendieron que Dios les amaba. Yo no tenía un diploma de teología pero algo sí sabía trasmitir y es que mientras hay vida hay esperanza y que Dios nos ama y está dispuesto a darnos otra oportunidad.

Les conté de Rahab, de Rut, de David, de Tamar, de aquellos reyes que cambiaron su historia, de Lázaro que resucitó después de 4 días y se lo creyeron.

Jose Miguel Sancho es pastor y obrero en la iglesia en Burgos. Hoy recomienda la lectura de «Buenos días Espíritu Santo», de Benny Hin.

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