Alabad a Jehová, porque él es bueno, porque para siempre es su misericordia. (Salmo 136:1)
No es fácil escuchar algo diferente a través del zumbido de nuestra cultura cotidiana. Hay cosas a las que estamos tan profundamente acostumbrados que ni siquiera podemos verlas. En el mundo en que vivimos nos aseguran constantemente que debemos vivir por nuestros sentidos y que nuestras emociones son el motor de la existencia. Y no dejan de recordárnoslo. La publicidad, por ejemplo, ese tremendo monstruo que no se calla nunca, está continuamente en nuestras vidas asegurándonos que podemos acceder a algo mejor… si pagamos un poco más; que nunca conseguiremos ser suficientemente buenos, a la vez que nos agasaja con piropos baratos sobre lo fantásticos que somos que siempre nos debemos permitir algo nuevo, porque nosotros nos lo merecemos, porque sí (un viaje, un capricho, ropa).
Somos conscientes del engaño, pero aun así es difícil salirse de su música, de la belleza que nos ofrece.
Somos conscientes de que Dios es otra cosa, y que nos ofrece algo mejor, pero aun así seguimos la corriente y acudimos a lo que estamos acostumbrados para acercarnos a él.
Por eso no es extraño que hoy en día se confunda la alabanza con un truco publicitario más para satisfacernos a nosotros mismos, para enardecer nuestros sentidos, y para que nuestras emociones nos empujen a vivir una vida cristiana.
Sin embargo, la alabanza real, a diferencia de la publicidad, no está basada en nuestro momento del día; ni siquiera en nuestras necesidades. La función de la alabanza no es entonarnos para cierto estado de ánimo. La alabanza verdadera no es un medio para conseguir nada. En realidad, como dice este versículo, si el fin es que nosotros mismos salgamos beneficiados, no es alabanza. La alabanza real existe únicamente para dos cosas: reconocer quién es Dios y reconocer sus atributos.
Nosotros solo salimos beneficiados realmente de ella (o sea, no emocionados, sino bendecidos) cuando aceptamos que nuestro estado de ánimo, al igual que todo lo nuestro, depende exclusivamente de los atributos de Dios. La alabanza, cuando es real, no es para provocarnos cierta sensación de orden y bondad dentro de nosotros mismos; sirve para recordarnos que Dios es bueno, que su misericordia hacia nosotros no se acaba, y que podemos descansar sabiendo que estamos tan unidos con él en Cristo (esa maravillosa noticia para la humanidad) que nuestra entonación viene de la vibración de su ser.
Tema de oración: Que podamos sentir cómo la bondad y la misericordia de Dios pasan a formar parte de nosotros mismos según vamos creciendo en él.
Noa Alarcón escribe en “Preferiría no hacerlo” de Protestante Digital.
- Noa recomienda la lectura de Alcanzando al Dios invisible
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