La prosperidad no es resultado de la usura, sino de la generosidad. La avaricia es la madre de la pobreza, pero la generosidad es la progenitora de la prosperidad. Aquellos cuyo corazón fue abierto por Dios tienen manos y bolsillos abiertos para auxiliar a los necesitados. Jesucristo dijo que más bienaventurado es dar que recibir. La contribución no es un favor que les hacemos a las personas, sino una gracia que recibimos de Dios. Cuando abrimos nuestras manos para ofrendar, estamos invirtiendo en nosotros mismos y sembrando en nuestra propia tierra. Quien le da al pobre le presta a Dios, quien jamás queda en deuda con nosotros. Dios multiplica las semillas de aquel que siembra en la vida de sus hermanos. Quien dé alivio a los demás también recibirá alivio.
La Biblia dice: “Bienaventurado el que se preocupa del pobre; en el día malo lo librará Jehová. Jehová lo guardará, y le dará vida; será bienaventurado en la tierra, y no lo entregarás a la voluntad de sus enemigos. Jehová lo sustentará sobre el lecho del dolor; tornarás su postración en mejoría” (Salmos 41:1-3).
Cuando le damos de beber a quien tiene sed, nos quitamos la sed a nosotros mismos. El bien que hacemos a los otros vuelve para nosotros el doble. En el reino de Dios tenemos lo que damos y perdemos lo que retenemos.
Devocional del libro “Gotas de Sabiduría para el Alma” escrito por Hernandes Dias Lopes. Publicado con permiso de Clie.es