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No desesperes, el que te salvó siempre estará contigo | X.Memba

Por 30 septiembre, 2015octubre 2nd, 2015Reflexiones

«Fiel es el que os llama, el cual también lo hará.» (1a Tes.5:24) RVR60

Somos salvos por la sola gracia, mediante la sola fe que depositamos sólo y de forma exclusiva en Cristo. Éste es un principio con el que nos identificamos todos aquellos cristianos que nos consideramos herederos -ya sea de forma directa o indirecta- del gran avivamiento espiritual que fue la Reforma Protestante del s. XVI.

La salvación no es algo que obtengamos por algo que hayamos hecho, estemos haciendo o vayamos a hacer; tampoco es el resultado merecido por nuestro esfuerzo. La salvación (ser salvos) es algo que Dios hace por nosotros; somos salvados, no nos auto-salvamos. Este es un principio que siempre ha distinguido la fe evangélica de otras formas de entender la salvación y, por tanto, también la vida cristiana que se deriva a partir de esa misma salvación. De ahí que el apóstol Pablo nos diga que en cuanto a nuestro proyecto de vida (lo que somos y lo que un día llegaremos a ser) no tengamos la menor duda que Dios -que nos ha llamado- cumplirá su proyecto vital en nosotros.

Algunas veces a los cristianos se nos acusa de ser personas que creen estar por encima de los demás. Como si por el hecho de ser cristiano uno fuera mejor persona. Y aunque no esté escrito en ningún lugar y, en principio, ningún cristiano vaya por ahi afirmándolo, a menudo se nos percibe como si, efectivamente, creyéramos la falsa idea de que para ser salvos (que para muchos equivale a asistir o ser miembro de una iglesia) uno tiene que ser “perfecto”. Nada más lejos de la lógica bíblica sobre la que Pablo, en las pocas palabras de este versículo, nos hace pensar.

Dios, por medio de su Palabra, requiere de los creyentes una vida de santidad; que es de lo que Pablo en realidad está hablando en la porción de la que forma parte este versículo. Pero la santidad (que nunca es un requisito para ser salvo, sino la consecuencia de la salvación) no es perfección. Así que no necesitamos ser perfectos y, de hecho, jamás llegaríamos a serlo para merecer el cielo. Gracias a la salvación que recibimos, Dios empieza en nosotros un proceso de santificación que no terminará hasta que lleguemos al cielo, donde entonces sí seremos “perfectos”. Y ser perfectos, de acuerdo al evangelio, no es llegar a ser una versión mejorada de nosotros mismos, sino hombres y mujeres que han sido conformados a Cristo. Porque la meta de nuestra salvación no es llegar al cielo, sino nuestra santificación (que en nosotros sea formado el carácter de Cristo); y esta es la tarea que Dios en definitiva llevará a término en nosotros; porque “sin santidad nadie puede ver a Dios.”

Podemos dar gracias a Dios por estas palabras, porque si él no cumpliera en nosotros esta promesa, entonces caeríamos en el más letal de los legalismos o en la desesperación más absoluta. El evangelio de gracia nos aleja de la falsa pretensión del legalismo de que por nosotros mismos podemos lograr algo que es humanamente imposible. Y al mismo tiempo evita que nos desesperemos al recordarnos que junto al requerimiento, Dios mismo nos da la promesa – materializada en Jesús; y de esta manera nos garantiza que él mismo cumplirá su proyecto vital en nosotros.

Devocional enviado por Xavier Memba Pastor Església Ciutat Nova CN22@ Barcelona

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