«No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mateo 4:4).
En España disfrutamos de más de 300 variedades de pan, según la web Directo al paladar: hogazas, barras, pistolas, chapata, albardillas… De centeno, trigo, avena, espelta… Con tanta selección, cuesta imaginar una época en la que no abundara el pan.
Pero no nos queda tan lejos. De hecho, tan cercano es ese recuerdo que el pan integral en España es un fenómeno relativamente reciente. ¿Por qué? No ha sido fácil comercializarlo entre una población mayor que probó el “pan negro” de las cartillas de racionamiento de la posguerra.
Harina, piedras y paja
Ese pan áspero, difícil de tragar, incluía todo lo que saliera del molino: el salvado, la paja, las piedrecitas que se colaran… Cuando escaseó el trigo, escribe Aurora Segura en La Vanguardia, “se añadían harinas de algarroba o garbanzo… se creía incluso que había quien incorporaba serrín para sacar un mayor rendimiento económico”.
Tras 1952, nadie quiso volver a ese pan tosco y oscuro, símbolo de la miseria. El pan blanco triunfó. Hace tan solo quince años, los panaderos que quisieran elaborar pan integral tenían que pedir la harina de Francia.
Aunque en España amemos tanto el pan que hasta influye en el lenguaje (“pan comido”, “es un pedazo de pan”, “más largo que un día sin pan”), con el tiempo se ha convertido en un alimento prescindible. Sin ir más lejos, ¿qué es lo primero que nos quitamos cuando queremos adelgazar? El pan. Ya no nos aferramos al pan como quien se aferra a la vida.
Quizá por eso, desde nuestra abundancia, nos cueste entender la Biblia como el pan espiritual sin el que morimos. Necesitamos escuchar la experiencia de creyentes que viven otra realidad. Por ejemplo, hace poco leía de países cerrados al evangelio donde se publicaban libros para atacar y burlarse de la Biblia; estaban repletos de versículos que utilizaban para apoyar sus argumentos. Los cristianos de esos países, sin poder adquirir Biblias de ningún tipo, compraban aquellas parodias para entresacar los versículos que pudieran. Estaban tan hambrientos por la Palabra que enseguida se agotaron las existencias de las biblias anticristianas. Las editoriales encantadas recibían miles de cartas de cristianos que solicitaban que se imprimieran más. El pan de la Palabra de Dios que se mezclaba con “piedras y paja” lo necesitaban con urgencia para sobrevivir espiritualmente.
¿Con cuánta urgencia necesitas la Biblia?
Una encuesta de hace más de una década señalaba que solo el 20 por ciento de españoles leía la Biblia, y desde entonces no parece haber mejorado mucho. Por ejemplo, un estudio más reciente enfocado en los adolescentes indica que a pesar de tener la Biblia en casa, el 57% de los adolescentes españoles no utilizan la Biblia en ninguna forma y que solo el 15% de los que se consideran cristianos interactúa semanalmente con ella.
Como sabemos, no es por escasez como en otras épocas. Hoy tenemos la Biblia en más formatos que panes artesanales en una panadería gourmet. Pero el caso es que le hinquemos el diente, como aconsejó el pastor sudafricano del siglo XIX, Andrew Murray:
Puede que lo sepa todo sobre el pan. Puede que tenga pan y se lo dé a otros. Puede que tenga pan en mi casa y en mi mesa en gran abundancia, pero no me será de ayuda a menos que lo coma. De manera similar, no me beneficiará el mero conocimiento de la Palabra de Dios… debo alimentarme de [ella] y asimilarla en mi corazón y en mi vida. En amor y obediencia debo asirme de las palabras de Dios y dejar que tomen posesión de mi corazón. Entonces sí que serán palabras de vida.
¿Y tú? ¿Sigues muerto de hambre, aún rodeado de pan?
— Devocional de Lisi Clark, colaboradora de Librería Abba. Reflexión adaptada de su blog.