Siempre ha habido personas que lo tienen “todo”. Dinero, poder, un buen trabajo, familia, admiración social, salud… Y siempre esas mismas personas se han sentido necesitadas, porque aunque nosotros creamos que no nos falta nada, no suele ser cierto. Se puede tener todo y no ser feliz. Una enfermedad, un problema o una circunstancia adversa pueden hacer que nuestro mundo se venga abajo. Ese fue el caso del oficial del rey (lee su encuentro con Jesús aquí)
Lo tenía todo, pero nada era tan importante para él como la salud de su hijo.
Fue a buscar a Jesús y le rogó que sanara a su hijo. Una y otra vez. Él, que estaba acostumbrado a mandar y a que todos le obedecieran, ruega al nazareno que cure a su hijo. En un primer momento el Señor parece esquivarle, pero lo hace para que todos los que le rodean sepan cuales son sus motivaciones: muchos de los que le siguen sólo quieren ver milagros, sucesos extraordinarios, espectáculos espirituales. Todos pensamos que si vemos un milagro será mucho más fácil creer en Dios. Creemos que el espectáculo es imprescindible para que nuestra fe crezca.
Al oficial del rey no le preocupaban los milagros, sino simplemente que su hijo sanara; por eso siguió suplicando. Esa es la lección de la historia: [Tweet «Cuando nos acercamos al Señor y le rogamos, Él siempre nos escucha.»]
Para que todos vieran la fe de aquel hombre, el Señor le dijo que su hijo ya había curado, y el oficial del rey lo creyó ¡A pesar de que estaba a kilómetros de distancia! Cuando llegó a su casa los médicos corroboraron que su hijo había sido sanado en el momento en el que el Señor Jesús habló.
Si sólo queremos ver milagros para creer, aunque el Señor esté a nuestro lado no va a suceder nada. Si somos capaces de creer en las palabras de Jesús, aunque aparentemente Él esté lejos, lo imposible sucede.
Devocional sobre personajes bíblicos escrito por Jaime Fernández.