La revista Forbes publica todos los años la lista de las personas más ricas del mundo. ¿Has consultado esa lista alguna vez?
A mí me dio curiosidad y me puse a leer los nombres. En 2024 Elon Musk vuelve a liderar la lista con más de 210.000 millones de dólares, después de desbancar al francés Bernard Arnault. Entre los diez primeros, destacan más nombres conocidos como Jeff Bezos, Mark Zuckerberg y Bill Gates.
Seguí bajando y ya lo nombres no me resultaban conocidos, con excepciones como el español Amancio Ortega en el puesto trece. Y entonces me surgió una duda, ¿y si mi nombre aparece en esa lista? ¿Os imagináis? Vivo preocupado por la inflación y la subida del Euribor, y resulta que soy una de las personas más ricas del mundo. Sería increíble, ¿no?
Bueno, como os podéis imaginar, terminé de leer la lista, pero mi nombre no estaba. La repasé varias veces, por si acaso, y, nada, ni siquiera un Gómez, por si me pudiera tocar algo por algún pariente lejano. Pero nada. Me toca seguir pendiente de la inflación y la hipoteca…
Seguro que estás pensando que mi consulta de la lista Forbes resulta absurda y ridícula. Y tienes razón. Pero creo que refleja algo que sucede en nuestra vida espiritual. En Efesios 1, el apóstol Pablo dice que ora a Dios para que alumbre los ojos de su entendimiento para que, entre otras cosas, sean conscientes de «cuáles son las riquezas de la gloria de su herencia en los santos». O lo que es lo mismo, Pablo ora para que se den cuenta de que son ricos.
Sí, los cristianos somos ricos. Y ahora surgen las preguntas. ¿Cuál es el origen de esta riqueza? ¿En qué consiste? ¿Hasta dónde asciende nuestro patrimonio? Y, como siempre, la misma Biblia nos ofrece las respuestas:
- Es una riqueza heredada. Estábamos en bancarrota espiritual, con un patrimonio espiritual ridículo, pero Dios nos ha enriquecido por la obra de Cristo, que se hizo pobre, siendo rico (2 Corintios 8:9), y nos ha colocado en la lista de los «más ricos en fe» (Santiago 2:5). Sin ningún mérito por nuestra parte, todo por los méritos de Jesucristo.
- Es una riqueza abundante e inagotable. Fluye de Dios, de las «riquezas de su gracia y de su gloria» (Efesios 2:7 y 3:14-16).
- Es una riqueza eterna. Todos los que aparecen en la lista Forbes dejarán de estarlo algún día, por pérdida del patrimonio o por fallecimiento. Por eso nuestra esperanza debe estar puesta en el tesoro de la salvación, que dura para siempre (Mateo 6:19-21).
- Es una riqueza que se comparte. Debemos ser «ricos en buenas obras, dadivosos, generosos» (1 Timoteo 6:17-19). Y, aunque aquí el apóstol Pablo se refiere a los ricos en lo material, a los que aparecían en «lista Forbes del siglo I», es una exhortación que la Biblia extiende a todos los cristianos.
Nuestro problema reside en que, aunque somos ricos, muchas veces llevamos vidas empobrecidas, sin nada que compartir. Es como si tuviésemos un patrimonio de más de 200.000 millones de dólares, pero nos cortaran la luz en casa porque no hemos pagado la factura.
Y esto no es un problema de Dios. Él ha sido generoso, lo ha hecho todo para enriquecernos espiritualmente. De nosotros depende que llevemos vidas pobres, rácanas, incluso miserables, o vidas enriquecidas, desbordantes en esas riquezas espirituales que Dios nos ha dado.
Aparecer en la lista Forbes sería increíble. La próxima vez que la publiquen puedes consultarla, por si acaso, que nunca se sabe. Pero queda en nada en comparación con la fortuna más grande a la que puede aspirar cualquier ser humano, la salvación en Cristo Jesús.
— Devocional de Miguel Ángel Gómez, autor de la serie juvenil «El diario de Álex», además de cinco novelas de intriga y suspense.