«Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz.» Santiago 3:18
¿Has plantado alguna vez semillas que no han crecido? ¿O has comprado alguna hermosa planta que se ha marchitado pronto? Le podemos echar la culpa a las semillas o a la tierra, pero también es probable que el problema fuese el clima o el ambiente. Recuerdo haber comprado una hermosa planta de invierno y preguntar cuáles serían las mejores condiciones para su cuidado. Yo las conocía pero mi esposa no, así que la colocó en el interior de la casa pensando que sería el mejor lugar, sin embargo empezó a languidecer, no era el lugar adecuado. En cuanto la sacamos al exterior, en un invierno frío, unas hermosas flores rojas adornaron la maceta.
Todos queremos buenos frutos. Todos queremos «la paz en el mundo», un mundo más justo, pero vivimos en un mundo fracturado, con conflictos continuos que afectan desde el marco más amplio, con las crisis internacionales o las crisis internas en los países, hasta los conflictos a más pequeña escala, pero no por ello menos virulentos, como la vecindad o la propia familia.
Dios quiere «fruto de justicia», esto se puede entender como: el fruto, que es la justicia. La justicia, en este contexto, define una comunidad de personas con relaciones sanas, que vive según la verdad, enseñanzas y carácter de Dios. Pero, para ello, necesitamos la semilla adecuada y el ambiente adecuado.
El contexto de este verso es la antítesis del mismo, nos habla de conflicto en las relaciones personales: celos, rivalidad (Versión Las Américas), jactancia, mentira (3,14), pleitos y pasiones (4,1). Una ebullición de sentimientos y actitudes «negativas» que corroen la vida de las personas y de las comunidades. Este es un clima en el que no puede crecer el fruto, lo ahoga.
En vivo contraste con esta actitud destructiva, Santiago expone las características de una conducta sabia, que procede de Dios: pura, pacifica, amable, benigna, misericordiosa, que da buenos frutos, imparcial, sincera (3,17).
Como la justicia es un fruto delicado solo se puede producir con el ambiente adecuado: la paz. Este es el clima en el que se multiplica la cosecha. La palabra paz (eirene en el griego) tiene, en el trasfondo bíblico, su referencia en la palabra hebrea, shalom: la paz y armonía. No significan estas palabras únicamente la ausencia de guerra o conflicto, sino la confianza y descanso en Dios y las buenas relaciones. Es una situación, sobre todo interior. No depende, por ello, de las circunstancias externas, aunque nos afectan.
La acción que surge del corazón pacificador regresa sus frutos en forma de paz interior, e. d. paz con uno mismo, con el prójimo y con Dios, como resultado de la presencia y acción divina en la vida y circunstancias personales de cada uno. (Rom 12:18)
¿Qué sembramos nosotros, qué «clima» producimos con nuestra vida, palabras, actitudes?
Bienaventurados los pacificadores, porque serán llamados hijos de Dios. (Mat 5:9 RV95)
Devocional de Eliseo Casal, anciano de la Iglesia Unida de Barcelona y recomienda «Santiago, una fe en acción.» de Evis L. Carballosa.
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