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A veces es difícil confiar en Dios, pero siempre es un problema que está en nosotros, no en él.

Por 27 septiembre, 2018Reflexiones

A veces parece muy difícil confiar en Dios: no es visible como todo el resto de lo material y tiene ideas muy peculiares; no se le puede controlar (huid de quien os diga lo contrario invocando oraciones o declaraciones peregrinas sacadas de la manga). Pero es fiel y está presente, no obstante. La obstinada presencia constante de Dios es algo tremendamente asombroso cuando la percibes: siempre estuvo ahí. Tú estabas agitado y nervioso, haciendo ruido, y Dios estaba en silencio a tu lado, y por eso te resultaba tan difícil verlo.

A veces, hay situaciones que, si uno se acostumbra a pensarlas desde sus medios meramente humanos, parecen absolutamente irresolubles. Parecen monstruos enormes comeniños, hombres del saco que te vienen a robar el sueño. Y por muchas vueltas que les des, no hay ninguna solución. Mientras tú te agitas y haces ruido, no habrá ninguna solución. No tienes ningún medio para solucionarlo.

Ah, pero cuando te quedas en silencio, al final, tras la pataleta, Dios sigue ahí. Te pregunta si ya estás mejor, si se te ha pasado el susto. Si te sinceras humildemente ante él, seguramente te dirá: «Ahora me encargo yo de esto», y puede que en minutos, quizá segundos, lo irresoluble se resuelva.

Así, sin más.

Pero, de repente, eso ya ni siquiera tiene importancia, porque acabas de ver a Dios moverse, y es mucho más asombroso.
De repente todo encaja, todo funciona, todo va mucho mejor de lo augurado: va sencillamente bien. No entiendes cómo tú lo veías tan imposible, cuando ahora parece tan lógico, tan obvio, tan sencillo. Esa paradoja del alma siempre es un rastro de la presencia de Dios.

Estoy trabajando en Isaías, releyendo, reescribiendo textos. Tengo delante constantemente 41:19-20, apuntado para que no se me olvide.

«Pondré en los desiertos el cedro,la acacia, el mirto y el olivo; pondré en el yermo el ciprés, junto con el olmo y el boj, para que vean y entiendan, consideren y comprendan a una que la mano del Señor ha hecho esto,
que el Santo de Israel lo ha creado.»Isaías 41:19-20

No pueden crecer pinos, ni cedros, ni olivos en el desierto. ¿A quién se le ocurre? ¿En el desierto? Pero Dios lo hace con la única intención de que se sepa que él lo ha hecho. En su soberana osadía. Con esa pachanga suya.

A veces es difícil confiar en Dios, pero siempre es un problema que está en nosotros, no en él.

Autora: Noa Alarcón
Noa escribe la sección “Preferiría no hacerlo” y el blog “Amor y Contexto” en Protestante Digital.

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