«… como había amado a los suyos que estaban en el mundo,los amó hasta el fin.» Juan 13:1b
Jesús fue al encuentro de Pedro en el mar de Galilea. El mismo escenario del llamado de ese pescador fue la escena de su restauración. En lugar de confrontar a Pedro, haciéndolo recordar sus vergonzosas caídas, Jesús toca de forma sensible la médula del problema, preguntando a Pedro: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?” (21:16-17). Cuando Pedro cayó, su “yo” estaba sentado en el trono de su vida. Para que Pedro se levantara, “Jesús” necesitaba estar en el trono de su corazón.
El amor es el mayor de los mandamientos. El amor es el cumplimiento de la ley. El amor es la prueba irrefutable de que somos verdaderamente discípulos de Jesús. La única condición exigida para que Pedro volviera a Jesús y se reintegrara al ministerio era demostrar su amor a Cristo.
El Señor también toma la decisión de curar la memoria de Pedro, preparando la escena para conversar con Él. La caída del apóstol había sido alrededor de una hoguera. Jesús, entonces, monta la misma escena en la playa. Pedro había negado tres veces a Jesús, en grado ascendente. Pedro negó, juró y maldijo. Jesús, entonces, le hace tres preguntas en grado ascendente. Jesús quiere no solo restaurar el corazón de Pedro, también quiere curar sus recuerdos amargos. El Señor se interesa no solo de nuestras convicciones, sino, igualmente, de nuestros sentimientos.
Devocional del libro “Gotas de Consuelo para el Alma” escrito por Hernandes Dias Lopes. Publicado con permiso de Clie.es