Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados.1 Pedro 4:8
El hogar no debe ser un campo de batalla que mata a sus heridos, sino un hospital que cura a sus enfermos. La familia es el lugar en el cual aquellos que han caído pueden levantarse. Es el escenario en el cual el perdón triunfa sobre el dolor y la reconciliación prevalece sobre la hostilidad.
Hoy vemos con tristeza muchas familias en crisis, muchos matrimonios deshechos, muchos hogares destruidos. Observamos, con lágrimas en los ojos, padres sublevándose contra los hijos e hijos matando a sus padres. Constatamos con profundo dolor una inversión de valores en la familia: las cosas sustituyendo las relaciones y la avaricia destronando el amor.
No podemos estar de acuerdo con esa marcha ignominiosa. Necesitamos poner el pie en el freno e impedir esa carrera galopante rumbo al desastre. El hogar no puede ser el territorio del dolor y de la indiferencia, de las peleas rabiosas o del silencio frío. El hogar debe ser un paraíso en la tierra, un jardín en el desierto y una antesala del cielo. El hogar debe ser un campo fértil donde florezca el amor que sana y restaura, que perdona y olvida, que bendice y celebra. El hogar es el lugar donde los perdidos son hallados y los que estaban muertos en sus delitos y pecados reciben vida y restauración. El hogar es el lugar donde lloramos nuestros dolores y celebramos nuestras victorias. El hogar es el lugar donde somos amados no solo por causa de nuestras victorias, sino a pesar de nuestros fracasos.
Devocional del libro “Gotas de Consuelo para el Alma” escrito por Hernandes Dias Lopes. Publicado con permiso de Clie.es