“…tomó los cinco panes y los dos peces… y comieron todos” (Marcos 6:41-42)
Alguna vez lo habremos escuchado, o incluso pronunciado. Es fácil que el temor, la edad o el realismo nos hayan recordado nuestras limitaciones así como las dificultades del problema que nos asalta y hayamos concluido: “no, no se puede”. El estudiante el día antes del examen, el político ante sus elecciones, el futbolista al inicio de la gran final, el enamorado no correspondido, el enfermo desahuciado, el arquitecto ante sus planos o, por supuesto, el desempleado ante una entrevista de trabajo conocen ese sentimiento. En la vida siempre hay retos que parecen imposibles pero ¿será verdad que no es posible superarlos en términos absolutos (‘nadie puede hacerlo’) o más bien que no podemos o no queremos intentarlo nosotros?
Los desafíos son absolutamente necesarios en la vida del ser humano. Sin ellos caemos en la rutina o, peor aún, en la ausencia de propósito. Tenemos o debemos tener cosas por las que luchar: nuestro matrimonio, nuestros hijos o nietos, nuestros estudios, nuestra casa, nuestra Iglesia… Y los cristianos también podemos vivir circunstancias que se baten en duelo con nuestra excelencia espiritual: puede ser nuestra santidad, nuestro compromiso ministerial, nuestra obediencia para hablar, nuestro carácter, nuestro tiempo con la Palabra o la oración… sea cual sea tenemos retos por los cuales luchar y ante los que no podemos conformarnos con el ‘no se puede’ porque eso no hace justicia al Evangelio que es un mensaje de Esperanza y de superación y no de pesimismo conformista.
Pero lo cierto es que los desafíos espirituales en ocasiones nos pueden superar. Soy consciente de ello. Más aún si los enfrentamos individualmente, mirando sólo lo que tenemos en nuestras manos (normalmente no mucho más que cinco panes y dos peces). En esos momentos olvidamos que no estamos solos en esta lucha y afirmar que no podemos es dejar a un lado -o incluso anular- las promesas que Dios nos dejó en su Palabra. Como seres humanos no somos ni mejores ni más capacitados que los que nos rodean, es cierto que no somos especiales por nosotros mismos -cada día lo veo más claro- pero con la ayuda del Señor y su Presencia garantizada en nuestras vidas deberíamos pararnos y reflexionar si realmente hay algo imposible para Él. La Palabra reivindica lo contrario y exhorta a Su pueblo a creerlo.
Dificultades que nos parecerán más o menos gigantescas siempre las habrá; la clave está en dejar de darles la espalda y en cómo y cuándo hacer algo con ellas. Henry Ford decía que “la mayoría de las personas gastan más tiempo y energías en hablar de los problemas que en afrontarlos”. Y en tiempos de crisis -no sólo económica- es más que nunca necesario confrontar los retos confirmando antes nuestra dependencia de Dios, rearmar nuestra fe y tener valor y confianza como hizo el Maestro cuando se cumplió el tiempo y afirmó su rostro para dirigirse a Jerusalén, su última parada. Incluso exhibir un cierto grado de locura cristiana, imitando así a Pablo cuando defendía su apostolado. Si hacemos memoria sin nuestro Salvador nuestra vida carecía de sentido pero con Él todo cambia: seguirle implica creer que las montañas sí se pueden superar y aunque parezca ir a contracorriente en general el seguimiento de Jesús es así. Al fin y al cabo no murió por nosotros para que acabemos diciendo ‘no se puede’.
Devocional escrito por Daniel Banyuls, director de la Fundación Ábside (Agencia Bautista para la Solidaridad Internacional y el Desarrollo). Recomienda el libro «La lucha», de John White.