“…y se te dirá lo que debes hacer” Hechos 9:3-6
La escena tiene su miga. El Maestro acababa de tener una charla incómoda con tres ciegos espirituales -dos de sus discípulos y su ambiciosa madre- y al salir de la ciudad se encontró con dos ciegos físicos y marginados cuyo presente y futuro era vivir en tinieblas y simplemente depender de los demás a través de la mendicidad así que gritaron el nombre de Jesús para reclamar su atención. La multitud pretendió ahogar sus voces así que gritaron más. Lo cierto es que al elevar el volumen lo consiguieron y Jesús, deteniendo el paso, les preguntó simplemente qué querían. Pregunta retórica donde las haya porque todo el mundo sabe que lo que más anhela un ciego es recobrar la visión así que ésta fue la esperada respuesta de la pareja de invidentes. Jesús, lleno de misericordia, accedió y tras tocarles les devolvió milagrosamente la vista.
¿Qué responderíamos a una pregunta así de clara y directa formulada para nosotros por el mismo Señor? Si pudiéramos escoger ¿qué le pediríamos como nuestra prioridad a Dios? ¿Trabajo, dinero, salud, pareja, hijos, títulos académicos…? ¿Quizás la salvación de aquellos que amamos o la conversión de nuestra ciudad o país? ¿El avivamiento de nuestra Iglesia? Cada uno sabe cuál sería su primera petición pero vale la pena revisarlas con sinceridad porque eso revelará lo que abunda en nuestro corazón.
Pero ¿y si la pregunta fuera inversa y los cuestionadores fuéramos nosotros? Varios personajes bíblicos hablaron así al Señor (por ejemplo, Pablo de camino a Damasco) preguntándole qué quería que ellos hicieran y pienso que es una pregunta que también debemos formularnos periódicamente: “Señor, ¿qué quieres que haga por ti?”.
En realidad Dios no necesita nada, absolutamente nada, de nosotros pero nos da el privilegio de participar en su Reino y de poner a sus pies nuestras capacidades y dones -que tampoco son nuestros- y experimentar el lujo de ser sus colaboradores. La extensión del Reino es plan y proyecto de Dios pero sus manos somos nosotros por lo que la pregunta implica sincera disposición aunque no exista preparación, como mostraron Moisés o Isaías.
La situación de los ciegos era adversa y los obstáculos humanos eran evidentes pero si estos hombres desde su permanente oscuridad gritaron su fe en el Maestro (que se activó cuando Él pasó cerca de ellos) nosotros desde nuestro conocimiento directo de la Luz del mundo deberíamos mostrar nuestra disponibilidad sin dudar. Si no lo hacemos quizás no estaremos viviendo en oscuridad pero seguramente sí en mediocridad o incluso en cierto estancamiento espiritual porque normalmente oportunidades de servir no faltan en cualquier Iglesia si deseamos ser útiles.
Los dos ciegos recobraron la vista y vieron la luz del sol pero también contemplaron “aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre” y que cambia vidas. Como sucederá con las nuestras, al final de su biografía sus retinas se cerraron de nuevo y para siempre pero por la fe que mostraron es probable que ese encuentro personal con Jesús afectara su eternidad. Como también nos sucedió a muchos de nosotros: recordemos que haber conocido a Jesús debe cambiar nuestras vidas y por supuesto moverlas a Su servicio.
— Devocional escrito por Daniel Banyuls, director de la Fundación Ábside (Agencia Bautista para la Solidaridad Internacional y el Desarrollo) . Recomienda la lectura de El Progreso del Peregrino de John Bunyan.
¿Te gustan las reflexiones diarias que publicamos? ¡Compártelas para que lleguen a más personas!