
«El piadoso M’Cheyne» fue un joven pastor protestante con gran capacidad intelectual, don de gentes, alma de poeta y fervor de evangelista que marcó a Escocia en el siglo XIX. También despertó pasión por las misiones a través de sus viajes y escritos.
Puntos claves de la biografía de Robert Murray M’Cheyne, 1813-1843
- Infancia privilegiada
- Conversión: «un Hermano que no puede morir»
- Formación: entre libros, mentores y amigos
- Primeros destinos como asistente pastoral
- Obra en Dundee, Escocia
- Misión a los judíos: Tierra Santa y Europa
- Avivamiento en Dundee
- Muerte y legado
El nombre de Robert Murray M’Cheyne quizá no suene mucho en nuestro contexto, y sin embargo hoy se encuentra en una aplicación con millones de descargas: YouVersion. En su época fue el autor más leído en Escocia, y ha influido profundamente en predicadores como Martyn Lloyd-Jones, John Stott y J. I. Packer, entre otros.
Pero todo este impacto nace de una vida sorprendentemente breve: no fue pastor protestante ni una década y ni siquiera llegó a cumplir los treinta años.
Nacer con estrella
Robert Murray M’Cheyne (o McCheyne) nació en Edimburgo durante las guerras napoleónicas, el 21 de marzo de 1813, el año en que Jane Austen publicó Orgullo y prejuicio. Como el quinto y menor retoño del destacado abogado Adam M’Cheyne y su esposa Lockhart Murray, disfrutó de un bello hogar, abundancia de recursos, viajes, formación aventajada y educación religiosa en la Iglesia de Escocia.
Siempre inteligente y despierto, a los cuatro años M’Cheyne aprendió el alfabeto griego para entretenerse estando en cama por una enfermedad. Dedicaba su tiempo libre a sus amigos y a la equitación, la gimnasia, el dibujo, la lectura y la poesía. En la iglesia también deleitaron sus perfectos recitales. Más adelante M’Cheyne añadiría un matiz: se trataba de «moral sin vida… vivía de corazón como un fariseo».
«Un Hermano que no puede morir»
En 1827 M’Cheyne inició Literatura clásica en la Universidad de Edimburgo, ganando honores académicos y amigos por doquier.
Pero mientras salía de fiesta, también se fijaba en su adorado hermano David, nueve años mayor, que se retiraba a orar o leer la Biblia. En medio de la enfermedad y la depresión, había encontrado paz en Cristo. Era la voz de la conciencia de M’Cheyne, animándole a abrazar a Jesús como Señor y Salvador.
La tuberculosis que azotaba a David se lo llevó cuando M’Cheyne cumplió los dieciocho. Escribió: «Fue el primer golpe abrumador a mi mundanalidad» y «perdí a mi amado y afectuoso hermano, y comencé a buscar un Hermano que no puede morir».
Su punto de inflexión fue evidente a sus amigos y familia. De hecho, parece que su padre también experimentó un cambio en torno a esta época.
M’Cheyne devoró la Biblia y otros libros que lo marcaron, como la obra La suma del conocimiento salvador y los escritos de Jonathan Edwards, David Brainerd y otros.
Su hermano mayor William, cirujano, acababa de marchar a la India. Fascinado con aquel destino, M’Cheyne sintió enseguida un llamado a las misiones.
Formación: entre libros, mentores y amigos
Ese otoño de 1831, M’Cheyne se matriculó en Teología en Edimburgo bajo reconocidos profesores como Thomas Chalmers, «la mente más brillante de Escocia del siglo XIX». Como cristiano apasionado y práctico animó a M’Cheyne a unirse a la Asociación Misionera y servir entre los más pobres de la ciudad.
También encontró apoyo en amigos íntimos con los que estudiaba la Biblia y oraba: Andrew Bonar, que escribiría su biografía (publicada en español como La vida de Robert Murray M’Cheyne); su hermano Horatius Bonar, escritor de himnos; Alexander Somerville, predicador del evangelio en España y más allá; y John Milne, misionero a la India y pastor evangélico clave en los avivamientos escoceses.
Primeros destinos
Recién licenciado, M’Cheyne fue asignado en noviembre de 1835 a la zona agrícola y minera alrededor de Falkirk. Tenía don de gentes; aparte de predicar, le encantaba hacer visitas. Con unas 700 familias en su distrito, el pastor y M’Cheyne podían visitar hasta treinta hogares al día. Aparte les escribían largas cartas.
Este ritmo, sin embargo, no era ideal para su diagnóstico de tuberculosis incipiente. Luchó desde el principio con problemas respiratorios y cardiacos que le obligaban a tomar descansos.
Su propio sufrimiento parecía aumentar su empatía. Por ejemplo, observó que los feligreses, agotados de sus duras labores, luchaban por mantenerse despiertos durante sermones leídos de hora y media. En esa etapa, M’Cheyne ajustó los suyos a 35 minutos y predicaba siguiendo un esquema. Incluso aprendió a prescindir de este un día que perdió los apuntes montando a caballo.
Pero no significaba que no se tomara en serio la preparación. Aunque fueron aumentando sus compromisos y presión, practicaba ver primero «el rostro de Dios antes de emprender cualquier deber». Siempre defendió que: «La obra de Dios florecería por medio de nosotros, si floreciera más plenamente en nosotros».

El puerto de Dundee, destino de M’Cheyne. / Marta, Adobe
En noviembre de 1836, con veintitrés años, fue encomendado como pastor de la recién inaugurada iglesia de St. Peter’s en Dundee, una población de 50.000 dedicada a la industria textil:
En todas partes prevalecía el abatimiento y la indiferencia hacia la religión. La perspectiva espiritual no era nada alentadora: «La idolatría y la dureza de corazón» eran las características destacadas del lugar. [1]
M’Cheyne se puso manos a la obra a pesar de sus luchas, escribiendo: «Quizá el Señor haga de este desierto de chimeneas algo tan verde y hermoso como el huerto del Señor; un campo que Dios ha bendecido». [2]
Empieza a brotar el huerto
El joven pastor sembró el evangelio entre aquellas chimeneas, y en tres años Dundee reverdeció. Mil cien personas llenaron el nuevo edificio, más de la cuarta parte de su distrito.
Conforme a su cita célebre «por cada mirada a ti mismo, echa diez miradas a Cristo», los mensajes del M’Cheyne eran claros y Cristocéntricos.
Su agenda estaba siempre llena. Los martes se acercaban 250 adolescentes a estudiar la Biblia, los jueves había reunión de oración, y los sábados enseñaba a 300 niños en la escuela parroquial, donde también impartía clases nocturnas a empleadas jóvenes. Tenía mucha carga por la juventud: la mitad de la población moría antes de cumplir los veinte años.
La iglesia tenía diez ancianos o presbíteros; M’Cheyne además innovó organizando distribuidores de folletos y diaconisas para las visitas. Era evangelista («Creo que puedo decir que nunca me he levantado una mañana sin pensar en cómo podría traer más almas a Cristo», dijo) y brillaba su cuidado pastoral. Con las visitas descubrieron más necesidades e iniciaron una labor social.
En verano, enfatizaba la música a través de ensayos semanales. El propio M’Cheyne escribió himnos como «Jehová, Justicia nuestra». [3]
Aunque asistían 800 personas a la reunión de oración, no se consideraba un avivamiento. Además, implicado como estaba en la Iglesia de Escocia, M’Cheyne se afligía al ver muchas parroquias adormecidas. Oró por avivamiento, lo presenciara o no:
A veces pienso que una gran bendición puede llegar a mi pueblo en mi ausencia. A menudo Dios no nos bendice cuando estamos en medio de nuestras labores, para que no digamos: «Lo han realizado mi mano y mi elocuencia».
Viaje a Tierra Santa
Mientras volvía a descansar por salud, le propusieron dirigirse a Tierra Santa y Europa para estudiar la situación de los judíos y ver la posibilidad de evangelizarlos. Respaldado por su médico, M’Cheyne zarpó de Dóver, Inglaterra, el 12 de abril de 1839 con otros tres pastores, incluido su biógrafo, Bonar.
La gira por Francia, Italia, Malta, Egipto, Palestina, Chipre, Europa del Este y lo que sería el Imperio Austrohúngaro duró ocho meses (J. Moreno Berrocal, p. 22). A pesar de su malísima salud a la vuelta, M’Cheyne disfrutó como nunca, utilizando su Biblia hebrea para comunicarse con sus nuevos amigos judíos. Escribió in situ algunos de sus Cánticos de Sion como «El Mar de Galilea», «El estanque de Siloé» y otros.
Varias figuras destacadas se lanzaron a la obra misionera gracias a su reportaje ilustrado, Narrativa de una visita a los judíos, como John Duncan, que fue clave en la extensión del evangelio en Hungría.
En cuanto a M’Cheyne, al arribar a Inglaterra escuchó lo que más ansiaba: había llegado el avivamiento.
«Mil veces más bendito»
M’Cheyne le había dicho a su sustituto, William Chalmers Burns: «eres la respuesta a la oración… mi esperanza es que tú seas mil veces más bendito entre mi congregación que yo» (p. 23).
En aquel momento, nadie conocía a este joven predicador lleno de fuego. Pero más adelante Burns predicaría en China como amigo y mentor espiritual de Hudson Taylor, falleciendo allí. Algunos lo consideran el padre de la iglesia china moderna.
No había pasado ni medio año cuando irrumpió un avivamiento tras su sermón en Kilsyth, cerca de Glasgow. Un mes más tarde en Dundee, en agosto de 1839, sucedió lo mismo. Durante cuatro meses, celebraron cultos casi a diario, a menudo hasta bien entrada la noche. Despertó la ciudad entera.
Cuando M’Cheyne volvió en noviembre, fue directo a la reunión de oración. Le esperaban 1.200 personas.
Ese otoño en la iglesia, atendieron a 600 personas preocupadas por su estado espiritual. Aparte habían surgido 39 grupos de hogar, cinco de ellos dirigidos por niños para niños. M’Cheyne escribió que ni los ateos negaban el fenómeno de la conversión, tal era su efecto en Dundee. Cuando predicaba al aire libre, la gente se quedaba aunque lloviera, escuchando la Palabra con «una quietud espantosa y sin aliento».
Para 1840-41, el avivamiento se había extendido por toda Escocia.
Muerte y legado
Tras todo esto, M’Cheyne fue reclamado por muchas iglesias en Escocia, Inglaterra e Irlanda del Norte. También ayudó a plantar iglesias y luchar contra la intromisión del Estado en la Iglesia (así nacería la Iglesia Libre de Escocia).
Pero su diario reflejaba su agotamiento: «No espero vivir mucho tiempo». En febrero de 1843, predicó veintisiete veces en veinticuatro sitios diferentes, cabalgando a través de tempestades de nieve.
Cuando volvió a Dundee en marzo, M’Cheyne contrajo tifus tras una visita pastoral. Postrado en cama, confesó a un amigo: «Dios me dio un mensaje que entregar y un caballo que montar. Lamentablemente he matado al caballo y ahora no puedo entregar el mensaje».
Tras una semana delirando con fiebre, clamó: «¡Esta parroquia, Señor, este pueblo, todo este lugar!». Murió el 25 de marzo de 1843, a cuatro días de su trigésimo cumpleaños.
M’Cheyne no dejó descendencia —nunca se casó y actualmente se descartan los rumores de varios compromisos. Pero bajo el amor de Cristo, su lema, fue padre espiritual para muchos.
«Tus sermones solo duran una o dos horas; tu vida predica toda la semana», escribió. Claramente el sermón de su vida tocó a su comunidad. El día de su entierro cerraron los negocios y miles abarrotaron las calles para presenciar el cortejo fúnebre.
M’Cheyne no solo dejó huella en su propia generación sino también en las sucesivas. Además, su pasión por las Escrituras perdura en su plan de lectura bíblica que se puede encontrar en YouVersion y otros sitios.
En este tomo 14 de la Biblioteca de Clásicos Cristianos también puedes disfrutar de sus mensajes, como «El gozo del creyente». Cuéntanos, ¿qué te ha parecido la vida de Robert Murray M’Cheyne? ¿Qué te ha llamado la atención? Deja tu comentario.
Recurso adicional: Entrevista con José Moreno Berrocal, autor de la introducción.
[1] Bright Examples: Short Sketches of Christian Life. Dublin Tract Repository, [18–].
[2] Bonar, Andrew. La vida de Robert Murray M’Cheyne. Editorial Peregrino, 2004.
[3] También «Jehová Tsidkenu».